El estilo es el hombre… y también la mujer
La frase “el estilo es el hombre”, atribuida a Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, ha corrido con fortuna a lo largo de los siglos por contener una sabiduría que ayuda a la comprensión de esencias que marcan contenidos en las individualidades, en el ámbito más vasto de la actividad humana.
Es especialmente aplicable a las costumbres litúrgicas que rigen los ceremoniales que se reiteran periódicamente. En el caso que me ocupará, los balances y los informes que suelen presentar los políticos y que son efímeros por naturaleza –espuma, biombo, decorado–, no obstante lo cual permiten ver hábitos y escudriñar caracteres, deja lecciones.
El estilo es el hombre. Javier Corral Jurado no tenía por qué realizar un “balance”, pero en medio de tanto informe municipal su figura desmerecería y, entonces, decide pasar lista de presente. La escenografía la establece en el patio central del Palacio de Gobierno (no hay otro, salvo el de la trastienda), con invitados especiales, vestimentas casuales, un templete con diversidad de niveles muy parecido al que usaban los soviéticos para acomodar a la nomenklatura y a la representación folclórica de las nacionalidades, con la infaltable tribuna y los micrófonos que sirven como mensaje de poder: quien los utiliza es porque lo tiene. El auditorio se clasifica prácticamente por estamentos y, así, en el caso que me ocupa, se ponen a los empresarios allá, a los políticos en otro lado y en la foto que no tiene desperdicio, el presidente del Tribunal, Julio César Jiménez en derredor del cual se ubicó oronda a Karina Velázquez, por eso que a falta de mejor concepto se le llama “representante” del poder legislativo, y el prelado católico encargado de las buenas conciencias: Ausencio Miranda, el señor arzobispo.
Para un cuadro de este corte, nada mejor que un orador que, imaginando una asamblea nacional del siglo XVIII, se encarna en Javier Corral y su retórica solemne, rubricada con lentes que hoy parecerían de anticuario. Así es el estilo y cada quien se lo labra para sí.
Cambiando de escenario, el estilo es la mujer. La señorita María Eugenia Campos Galván escenificó un espectáculo diferente: tendría como raíz un desarrollo de marketing que adopta el esteticismo nazi de los proscenios, o las tecnologías de venta de Avon. No hay cruces gamadas, pero el traje azul de la alcaldesa la sustituye. Es el símbolo mismo. Prescinde de la tribuna para tener cercanía y frescura frente a su auditorio, desaparece el símbolo fálico del micrófono en mano que sustituyó al cetro, y se torna un discreto adminículo que baja por la región temporal y el esfenoides para quedar cerca de la comisura derecha de los labios, dejando las manos libres y el empleo del telepromter cristalino con una discreción que permite exclamar a los asistentes: ¡Oooh, qué maravilla; habló de memoria! Adiós a los acordeones, adiós a lo que Guillermo Prieto –el de aquí, no el de allá– llamó “el lecho de Procusto del texto escrito”. Y sobreviene el debate efímero: ¿quién es mejor orador?: ¿el gobernador Corral o la alcaldesa Maru?
Pamplinas, diría el gachupín; o a mi mis timbres, el tepiteño, reconcilíense con la verdad y el estilo republicano. Es mejor.
No cabe duda, el estilo es el hombre. Y corrijo a Buffon: también la mujer.