No pocos han afirmado que el desastre del gobierno de Chihuahua se debe a la impericia y talante parlamentario de Javier Corral Jurado. Atrás de este juicio estaría implícita la idea de que sabe jugar bien en las políticas congresionales: una diputación local, dos federales y dos senadurías abonarían con creces la afirmación, que vista desde otro ángulo se podría expresar así: no tiene y no ha tenido experiencia en la administración pública propiamente dicha. Todos estos juicios, obviamente, son relativos y, al final, lentes no coloraciones específicas, para ver las cosas y lanzar argumentos sobre las mismas. 

Empero, hay un hecho duro: con todo y esa experiencia parlamentaria, a Javier Corral se le ha hecho bolas el engrudo en el Congreso local del que alguna vez fue integrante. Para empezar, le restó la autonomía que le corresponde en el marco de la división de poderes, pasando por alto que su amado partido ha tenido la mayoría de los diputados. En el primer tramo colocó a una persona de todas sus confianzas en la presidencia, reconoció la hegemonía de otro grupo en la persona del panista Miguel la Torre, para defenestrarlo un poco después. Para gobernar, Corral puso en práctica la vieja praxis autoritaria que viene del porfiriato y de los más negros momentos del PRI, de tener a su favor un Congreso obsequioso de levanta dedos, unos por partidarismo, otros por el consuetudinario reparto de canonjías. Su experiencia lo pudo llevar a experimentar formas superiores de hacer política, pero no, para él entre más amarrado mejor. Con esto quiero decir que su talante no es el de un parlamentario medianamente decente, como hubieran pensado los que mejor lo veían en la silla gubernamental.

Ahora ha llegado el momento de las miserias: nadie que se oponga puede estar tranquilo. La reciente destitución del chamaco Omar Holguín habla claro al respecto y se complementa con la presencia llamada fracaso del grupo parlamentario de MORENA y todo lo que se pudo haber hecho por estar en posibilidades de hacerlo servidos en la mesa.

Un problema interno del Congreso ahora se quiera pasar, de contrabando, como un problema capital y de Estado en Chihuahua, a grado tal que por la pérdida de una chamba ahora se arenga al pueblo –siempre bueno, siempre sabio– prácticamente para llevar a Corral a la guillotina. 

Nunca se había pretendido llamar a la insurrección por la destitución una persona en un pequeñísimo cargo del engranaje de un congreso local, parte que bien se sabe, casi podría ser sinónimo de muy poco, poquísimo, o nada. 

Que Corral ya no representa a Chihuahua, que el Congreso actual tampoco, son dos verdades casi absolutas; pero la causa más importante para superar esto no es la remoción y consecuente pérdida del trabajo de una figura hoy menor en el engranaje señalado.