Abuso de la Marupolicía
De los pobres –creo lo dijo Eduardo Galeano– que se apiade dios, si la policía no alcanza. La frase viene a cuento por la brutalidad con la que se condujo la fuerza pública municipal la señorita María Eugenia Campos Galván.
La opción preferente por los pobres, por los que menos tienen, por los que han esperado más, no es filosofía que se concrete en actos. No es verbo que se haga carne. Los sucesos de ayer en la Calle Fedor Dostoievski, de la colonia Chihuahua 2000, dejaron, en lo material, lesionados, destrozos en ventanas y cortinas, puertas y vidrios quebrados y los restos de cinco bombas lacrimógenas que se utilizaron con inocultables pretensiones de represión en la que no se cuidó la circunstancia de que se hacía alusión a menores de edad que podían ser lesionados.
“Entraron como perros”, afirmó en frases sin desperdicio Silvia Cataño, que estuvo en el lugar de los hechos y fue detenida.
Un malestar permea en Chihuahua: el de la violencia contra los que defienden su patrimonio del uso excesivo de la policía contra inermes ciudadanos, o del fisco, tratándose de los propietarios de vehículos de procedencia extranjera (¿hay de otros?).
No es necesario abundar en datos, la prensa convencional los ha proporcionado, resaltando la solidaridad popular y vecinal que no se hizo esperar. Hay que reconocerlo: la gente se defiende con lo que tiene frente a la prepotencia y un discurso que, pretendiendo de palabra no lesionar a los débiles, es a los que ataca. El gobierno del dueto panista Corral-Campos deben saber que Chihuahua no está para víboras negras.
La acción fue respaldada por El Barzón, una organización que sufre los estragos de la cooptación panista pero que, a final de cuentas, da la cara en estas aciagas circunstancias. Esto es plausible, aún frente a la circunstancia siempre presente de que sus líderes se la pasan colgados del celular, en medio de las refriegas, para implorar la salvífica mediación de los mandones subalternos del gobierno.