Los idus (y los idos) de marzo
El extraño retorno de Javier Garfio y la defenestración del empresario Eugenio Baeza Fares trajo a la memoria los idus de marzo. Estos fueron, en la Roma antigua, los días 15 del mes de Martius del antiguo calendario romano, pero los más famosos eran los marcados por varias observancias religiosas y por haberse producido en esa fecha el asesinato de Julio César en el año 44 a. C., y es al que se refieren historiadores de la época, el cual utiliza magistralmente William Shakespeare para escribir su tragedia sobre Julio César.
Los recientes movimientos políticos en Chihuahua en la esfera del poder establecido, provocaron el recuerdo a que me refiero. Algunos precisaron el tema de la “conveniencia” en materia política, como soslayando lo más sugerente en la posible relación de la política local con aquellos tiempos latinos que no se olvidan. Claro está que no tiene pertinencia trazar paralelismos donde no los hay, extraer moralejas que no están implícitas en lo que aquí acontece. Pero es marzo, hay una pugnacidad política impresionante, una desatada contienda por intereses económicos que toman las vestiduras de la política y la pretensión de conservar a toda costa un poder que en más de un sentido está a prueba. Pero ni de lejos Chihuahua es Roma; aquí no hay nadie con la estatura de Julio César ni tampoco de Marco Antonio. Pero sí hay abundantes Brutos y Casios, duchos en la traición y sedientos de acrecentar su botín o ponerse en condición de empezar a recaudarlo.
Un ejercicio periodístico, sin embargo, permite experimentar con el viejo suceso, y allá vamos, aunque aquí, más que de tragedia estamos obligados a observar en los hechos la farsa, no obstante que esa farsa tenga que ver con la historia. Como se sabe, “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas (…) con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado”, como lo advirtió Marx en su clásica obra sobre Luis Bonaparte, o Napoleón el pequeño, a decir del poeta Víctor Hugo.
En Chihuhaua, en estos días, se libra una desenfrenada batalla por el poder. No me refiero a la que pudiera darse al seno de la ciudadanía, que estaría puesta en la situación de luchar con todo por uno o dos proyectos que marquen rumbos plausibles a la entidad. No, no me refiero a eso, que ojalá llegara. En su lugar hablo de las vicisitudes, dificultades y enfrentamientos al interior del duartismo priísta que se quiere prolongar más allá de los límites de los periodos establecidos constitucionalmente. Aquí encontramos la peregrina idea de César Duarte de convertirse en el hombre fuerte de Chihuahua para un ciclo largo, algo así como el hacendado cacique Luis Terrazas, que con poder económico privilegiado estuvo en el centro del poder, desde luego no solo ni sin disputas por varias décadas que interrumpió la revolución de 1910, que tuvo en Chihuahua un importante campo de batalla.
Cuando hemos señalado que Duarte reeditó al viejo PRI en Chihuahua, nos damos cuenta que no se trata únicamente del que estuvo en boga con Luis Echeverría (el más pedestre), sino el del maximato con Plutarco Elías Calles como jefe supremo de una revolución ya inexistente y que vino a recordar, con calidad de principio, Manlio Fabio Beltrones, al tomarle la protesta al candidato Enrique Serrano. Pero aquí hay un déficit: a Calles le olían los bigotes a pólvora, representaba a un grupo triunfante, tenía talento y jamás descartaba el empleo de las armas para aniquilar a sus adversarios, sin que ello necesariamente se pudiera percibir simplemente como delincuencia, aunque lo fuera. Quien haya leído La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, sabe de que estamos hablando.
Pues bien, aquí nada de eso está en presencia, aparte de que se vive en una coyuntura muy diferente. Pero eso no quiere decir que no se tomen en cuenta las lecciones de aquel pasado. Baste recordar que Fidel Velázquez, cuando interpretó los sucesos chihuahuenses de los años 80, dijo que si ellos habían llegado al poder en medio de los balazos, sólo en medio de los balazos se podían ir, despojados de sus privilegios y de las armas de la corrupción y la impunidad. En otras palabras, los que hacen de la política una actividad paralela a la delincuencia, o de la delincuencia una actividad política, se colocan en el lado oscuro de la sociedad, como es obvio, pero si actúan con un cierto sentido magistral que da pie para construir tragedias como la de Shakespeare, han de entender que la una sin la otra no vale nada, y aquí, sostengo, que los actuales idus de marzo enfilan a Chihuahua por el simple camino del crimen.
Qué mayor delincuencia que abandonar un poder municipal, con inequívocos tintes de renuncia proscrita por la Constitución, desatar todo tipo de ambiciones, y luego regresar por los propios fueros, lanzando por la ventana a un prominente empresario que también, con malas artes, ha hecho de las arcas públicas su propia arca privada. No es que simplemente lo sugiera; lo afirmo. Lo que está a la vista son las pugnas entre los miembros de una banda, entre capos, y ese fuego le puede llegar al que está en la cima actual del poder y que no se da cuenta que ese poder ya se le extinguió y que aunque le duela, en octubre de este año, si no es que antes, se tenga que ir. Él piensa, en paralelismo histórico muy estrecho, que es el jefe máximo que ya se encontró en el camino a su Pascual Ortiz Rubio, y anuncia que Serrano no le puede retobar ninguno de sus caprichos, entre ellos mantenerle a un lado a un coordinador de campaña como Javier Garfio en calidad de su vicario, para hacer y deshacer.
Esa es una cara de la moneda. La otra la dará el talante del candidato priísta a la gubernatura, que tiene infinidad de necesidades para sacar adelante la elección, que inició con pie izquierdo, ya que las huellas con que lo marcaron al herrarlo son muy claras e imborrables, aun para los diestros cuatreros.
Hay, por tanto, barruntos de pleito, de ojerizas, de pasiones políticas desbordadas que pueden llegar a marcarse en nuestra historia local como los viejos idus, aunque aquí se reduzcan simplemente a lo más grotesco. En el PRI de Duarte se sabe que el poder gubernamental es la senda más corta para enriquecerse, que la función pública es un simple parapeto, que lo que interesa es mantener la mezcla arbitraria de negocios públicos y negocios privados en beneficio de estos últimos, desbarrancando todo esto por la vertiente de la delincuencia y olvidando la mezcla que en esto tenía la dosis de política que se empleaba en el pasado. En consecuencia, estamos en tiempos difíciles.
Nunca he creído en máximas como esta: si los narcos se están matando entre sí, qué bueno, porque así le ahorran esfuerzos a los aparatos de justicia. Si los priístas se desgarran entre sí y pueden llegar al crimen, también qué bueno. No es así en el marco de la política y del ejercicio del poder gubernamental, cuando se le entiende bien, porque a final de cuentas a todos daña que eso acontezca. Ha habido a lo largo de los últimos años homicidios tan ominosos como el de Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruiz Massieu, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Rodolfo Torre Cantú, que han dejado un daño grave, sobre todo por la impunidad que los cubre y porque no se conocen las entrañas de esos sucesos debidamente, como hoy sabemos, a más de 2 mil años, por aquel Julio César romano que fue apuñalado en el Senado.
Recordando a Plutarco, al historiador no al presidente mexicano, podemos decir que es cierto que los idus de marzo han llegado, pero más cierto es que “aún no han acabado”.