En el grande abanico que compone la izquierda mexicana, hay quienes profesan el chavismo venezolano, no obstante la natural labor de disuasión que provendría del actual presidente Nicolás Maduro. En esta entrega quiero llamar la atención de un común denominador entre los recursos constitucionales de que dispuso el nazismo para consolidar su poder en la década de los 30 del siglo pasado y lo que tenemos ahora, en este momento, en la patria del libertador Simón Bolívar.

Hay semejanzas que llaman la atención, hay coincidencias que mueven a la curiosidad. Vale la pena referirnos a una que se encuentra en curso de realizarse. Me refiero a la solicitud del presidente venezolano Nicolás Maduro, dirigida al poder Legislativo, para recibir plenos poderes para gobernar y emitir leyes sin mayor trámite mediante una “ley habilitante”. Ya tuvo antes esta prerrogativa por un año (terminó en noviembre de 2014) y hoy vuelve a la cargada. Hugo Chávez recurrió también a esta medida. ¿Argumento de hoy? Pregonan Maduro y allegados que “el imperialismo norteamericano” amenaza su seguridad e incluso aducen que se prepara una invasión militar a su país por parte de Estados Unidos. Así que, a repicar campanas y a agitar los sentimientos nacionalistas para allegarse nuevos apoyos populares y reforzar los existentes.

Pero aquí entran las semejanzas apoyadas en las coincidencias. En los tiempos de Hugo Chávez el poder Legislativo otorgó también esos plenos poderes hoy solicitados. O sea, los legisladores entonces transfirieron su facultad de legislar (su razón de ser, pues) al poder Ejecutivo. Veamos un antecedente interesante: el 30 de enero de 1933, el presidente Paul Von Hindenburg, de Alemania, tras múltiples crisis de gobierno, nombró canciller (jefe de gobierno) a Adolfo Hitler. Por consejo de éste, el presidente disolvió la Cámara de Diputados (Reichstag) y se convocó a elecciones para el 5 de marzo de ese mismo año, interludio gobernado mediante decretos cuando fue necesario.

Los nazis en campaña utilizaron tácticas de golpeteo físico pero aun así no lograron la mayoría legislativa y la nueva cámara de diputados tuvo su primera sesión el 23 de marzo. Días antes de las elecciones, el 27 de febrero, la sede del Reichstag fue incendiada y de inmediato se culpó a socialistas y comunistas. La histeria propagandística no se hizo esperar frente al peligro que dicho incendio expresaba. Así que para “la defensa del pueblo y del Estado”, Hitler solicitó a los diputados aprobar una “ley habilitante de plenos poderes” para enfrentar a los enemigos y emitir las leyes que fuesen necesarias, de alcance constitucional incluso. Muchos diputados de izquierda no asistieron a la sesión pues eran constantemente asediados y golpeados por los grupos nazis para ahuyentarlos, y lo lograron. Tal prerrogativa se le concedió a Hitler primero por tres años y después se prolongó de manera indefinida. Así, montado en sus plenos poderes, Hitler construyó su poder dictatorial con las consecuencias históricas ya muy conocidas.

Esta coincidencia en el uso del recurso de la ley habilitante de plenos poderes, ¿convierte a Nicolás Maduro en un nazi? De ninguna manera, sería una tontería asegurar eso. Pero sí podemos afirmar que se trata de una técnica fascista del chavismo venezolano, usada en su tiempo por el fascismo alemán e italiano, para acumular poderes avasalladores y actuar libremente contra los opositores, amén de sus ya conocidas arremetidas contra los disidentes, acumulando privilegios a su propio partido, avanzando hacia el monopolio de la política, las limitaciones a la libertad de expresión y de manifestación, y el mantenimiento y uso de grupos paramilitares. En una palabra, una notable combinación de métodos fascistoides adornados con fraseología socialista y agitación vociferante de nacionalismo antimperialista. Mientras se profundiza el deterioro de la economía venezolana con amplia escasez de insumos alimentarios, Maduro monta a la escena el distractor externo para manipular a multitudes con la amenaza de un demonio y, como dijo Eric Hoffer en El verdadero creyente: “el demonio ideal es un extranjero”. Los viejos caminos de la tiranía siguen dando buenos frutos. Más importante para nosotros es observar cómo se vive en Venezuela la secuela más absurda del socialismo, sustentado en un capitalismo colectivo encarnado en el Estado (el capital abstracto llegó a llamarlo Marx) y su inseparable dictadura política, experiencia que la historia misma se ha encargado de exhibir su fracaso.

Hay en nuestro medio, eso sí, una emotiva indulgencia ideológica que asocia al estatismo la idea de la “voluntad general”, la representación de “los intereses nacionales”, y cosas parecidas, de ahí que casi siempre el juicio crítico se suspende o se matiza con ilusiones románticas sobre justicia social o simple lucha por el pueblo. En esos complejos vericuetos del razonar político se agitan sentimientos nacionalistas que llevan a justificar posturas esencialmente dictatoriales amparadas en fraseología socializante. Y ahí se incuban las simpatías hacia regímenes con rasgos fascistoides (Venezuela) o simples dictaduras totalitarias (y de familia) como Cuba y Corea del Norte. Y pensar que esos sistemas de gobierno tienen sus admiradores en México es, además de aberrante, algo que demanda atención constante pues con frecuencia los males lejanos parecen menores que los padecimientos más cercanos.

La pobreza ideológica y la desvanecida capacidad crítica de eso que conocemos como izquierda en México, o bien calla ante los excesos del régimen venezolano, o llega incluso a defender sus expresiones más inaceptables ante los principios elementales de libertad de expresión y de manifestación. Visualizar esto en el México de hoy no es un simple ejercicio académico, es una necesidad.

El poder Legislativo venezolano, por supuesto, concedió la ley habilitante de plenos poderes al señor Maduro para que los ejerza en materia de seguridad nacional hasta fines de 2015. Y en el recuerdo del pasado, ondea aquella curiosa, muy curiosa coincidencia. Ojalá y la izquierda mexicana reparara en esto para dejar atrás la esquizofrenia de cuestionar lo que tenemos aquí –cosa correcta– alabando lo que lacera a otros países. Esto sería nada si no fuera por aquello del dicho muy socorrido de que por la víspera, los días.