carmen-aristegui-17mar2015

Ver al periodismo como simple negocio, pertenece a una de esas visiones desde las que el interés periodístico se convierte en materia dúctil para los provechosos negocios que se traban en la esfera política-económica del país, y eso es precisamente lo que ha ocurrido, una vez más, en el México en el que los periodistas críticos e independientes de las líneas del poder, como Carmen Aristegui y su equipo, de pronto cruzan hacia terrenos casi marginales para desarrollar sus tareas de informar, aún cuando con relativa facilidad se pueda hacerlo mediante las herramientas informáticas del siglo XXI. Cuando digo casi marginales me refiero al hecho de que, aunque Aristegui cuente con su propia página web, mantenga un programa de entrevistas en la cadena CNN y escriba para diversos medios impresos, la expulsión por parte de MVS representa un destierro informativo, una violación constitucional y una afrenta también de tipo social en los términos que invoca el derechohumanismo actual. Porque el agravio no es tan sólo para un grupo de periodistas que informan, sino para una sociedad que exige estar más y mejor informada.

No es la primera vez. En 2011, también un conflicto en apariencia laboral puso a Joaquín Vargas, dueño de MVS, en enfrentamiento con la periodista. Llegaron a un acuerdo y su programa como primera emisión de noticias, que se reproduce en decenas de estaciones de radio y televisión locales en todo el país, volvió a estar al aire. En ese intermedio ocurrieron, entre otras revelaciones recientes, lo de la Casa Blanca presidencial, luego lo de Videgaray y los ventajosos contratos con la constructora Higa. En eso andaban los periodistas cuando, casi cuatro años después, Joaquín Vargas ya no soportó las presiones de Los Pinos. Pero esta vez, junto con Aristegui y su equipo de reporteros investigadores, se marchó un puñado más de colaboradores que entendieron bien el mensaje del peñanietismo frente a la prensa crítica, entre ellos Denise Dresser, Lorenzo Meyer y Sergio Aguayo, que compartían una mesa de análisis todos los lunes en el referido programa matutino.

Los más mezquinos, los que alegan que el despido de Aristegui tuvo que ver más con un “conflicto laboral” o una “decisión empresarial” que con la censura y el anticonstitucional recurso de impedir la libre expresión, olvidan las grandes lecciones de la historia nacional, que parece repetirse, en las que se demuestra que el poder político “se permite” ser cuestionado hasta cierto punto y luego, cuando la crítica tiene sus efectos en la conciencia pública, rebota en el poder con decisiones perversas que dan al traste con una democracia que tiene como uno de sus pilares la libertad de prensa. Por eso instituciones, gobiernos y otros medios extranjeros más consecuentes con la democracia, tanto de Europa como de Estados Unidos, han visto con denodado asombro que en el México de Peña Nieto esta embestida contra Aristegui ocurre porque el compromiso con los derechos humanos está cancelado y el pacto de impunidad vive sus mejores días.

Desde esta columna nos unimos al reclamo por las libertades ciudadanas y nos hacemos eco de la frase de Carmen Aristegui: “Esta batalla, no lo dude nadie, es por nuestra libertad”. Y cómo no, si el “vendaval autoritario” requiere de que esa batalla se gane a la par de muchas otras, la de Unión Ciudadana contra Duarte y su pandilla, entre ellas.

 

El desayuno priísta: los mismos perros con distintos collares

 

duarte-reyes-17mar2015

El fin de semana pasado, los prominentes priístas de Chihuahua se reunieron con la estricta finalidad de lanzar el mensaje de la unidad. Todos como uno solo para ganar, si no la totalidad, sí la mayoría de los nueve distritos federales que se renovarán en la última legislatura peñanietista. Esa unidad no es aparente, tampoco indicador de homogeneidad. Todos los convidados al desayuno, posterior de una reunión cupular entre Reyes Baeza y Duarte Jáquez, se agarran a veinte uñas al aparato priísta, más en una elección de estructuras como la que viene, porque saben que es la plataforma para mantenerse en el poder, en un momento de severa crisis del gobierno que encabeza el mexiquense Peña Nieto. En otras palabras, es una comunión de intereses, con patadas por debajo de la mesa y con hipocresías sin fin. Nada que no se haya visto en el pasado.

Obedeció a un dictado central, al que se correspondió con esa obediencia cínica que caracteriza a los políticos del viejo partido autoritario. Si bien se trata de un evento que hace felices los intereses de los actores priístas, el mensaje que se lanza a la sociedad es más que ominoso: se trata de dar aliento a un proyecto de poder que niega la democracia, prohíja la corrupción y se guarece en la impunidad. Distantes quedan los diferendos entre Reyes y Duarte, hoy el cemento de sus proyectos de poder los solidifica en una sola pieza de hormigón. En otras palabras, son lo mismo, y tengo para mí que si bien desayunaron exquisiteces de la cocina, quien se queda en ayunas con ese evento es el pueblo de Chihuahua, porque el sarao sólo es el preludio de las desgracias. Lo demás es folclor: que si Patricio no fue, que si los cien seccionales marquistas están de brazos caídos, que si Trevizo, todas esas bagatelas que los pésimos periodistas hacen motivo de sus falaces consideraciones. Una sola realidad se impone: son los mismos perros con distintos collares.