Maru y la paz de los sepulcros
Luego de casar a 145 parejas en una boda colectiva por el Día del Amor y la Amistad, la gobernadora que suele esconder la cabeza durante las crisis de violencia, se fue al CERESO de Aquiles Serdán para declarar, “enérgica”, que se buscará la paz en los penales de la entidad.
Sólo los ciegos no quieren ver: sus palabras ocurren en el contexto de la más reciente ola de violencia en el estado, porque el fin de semana ocurrieron alrededor de veinte crímenes violentos, esta semana, tan sólo del lunes al martes sucedieron otros seis crímenes más.
Pero Maru Campos está convencida de que la paz vendrá desde el interior de los penales. La superficialidad de sus expresiones chocan con una realidad que sigue estando relegada en las prioridades, cuando menos narrativas, de su gobierno.
La burbuja en la que se desplaza la gobernadora sólo le alcanza para tratar de combatir una imagen negativa casando masivamente a parejas, organizar juegos deportivos con recursos públicos para entidades religiosas privadas, y declarar, en el colmo de un optimismo ramplón, que la paz llegará a los penales.
Parece que ni el mismísimo Jorge Volpi se planteó un perfil de este tamaño para su novela La paz de los sepulcros, una narración aparentemente de ficción que, de acuerdo a sus editores, no omite la aplastante realidad mexicana, con una serie de vicios y corrupciones que “coexiste con una sociedad que se desenvuelve cotidianamente entre el miedo, el asombro y el apetito morboso”.
Hay algo más que aplica desde la literatura de Volpi a nuestra ominosa circunstancia en Chihuahua: “Son tiempos de desolación –dicen los editores de esta novela– en que cabe preguntarse qué sucede en las altas esferas y qué esconde la realidad política”.