Negocios inmobiliarios turbios manchan el Centro Histórico de la ciudad de Chihuahua. Es una historia que empieza con la adquisición de la llamada “torre legislativa”, que es de lo más inadecuado para albergar un congreso.

En su momento la compra multimillonaria resultó en un lucrativo negocio. Lo que para sus propietarios eran unos cuantos metros cuadrados de un “moderno” hotel que estaba precisamente listo para su demolición.

Después compró el municipio, al parecer parcialmente, lo que fue una vez el Hotel Del Real, edificado también sobre unos cuantos metros cuadrados.

Continuando esa línea, y otra vez el municipio de Chihuahua, adquirió lo que fueron las oficinas corporativas del Banco Comercial de Chihuahua (después Comermex), de Eloy Vallina García.

Ahora, lo que alguna vez fue la sólida edificación del Hotel Hilton, destruido durante la barbarie de Óscar Flores Sánchez y que hoy se conoce como el Edificio Guízar, todo un monumento a la imbecilidad, de nuevo el municipio quiere convertirlo en un segmento más de sus muchas oficinas en el importante espacio aledaño a la catedral de Chihuahua.

Aquí se da el nada extraño fenómeno de un poderoso adinerado que, en apuros, recurre al favor de las instituciones gubernamentales para vender bienes que nadie en su sano juicio adquiriría.

Cuando de lo que se trata es de descongestionar el centro de la ciudad con el tráfico de los asuntos burocráticos, lo que a las instituciones gubernamentales se les ocurre es instalar oficinas públicas y obligar a quienes tienen que hacer gestiones precisamente en el centro de la ciudad.

Se debe poner bajo sospecha la operación que Marco Bonilla pretende hacer con el Edificio Guízar, pues es muy probable que se trate de un negocio entre amigos, sellado con la aureola de un rancio catolicismo de renteros.

Ya nada más les falta la catedral.