“Esta silla es mía, Brigitte”: Martín Chaparro
Un mal crónico ha corroído a MORENA desde su fundación. Para empezar, se autoconcibe como un movimiento y a la vez como un partido político. Esa dualidad, aparentemente sin importancia, le es altamente perjudicial y a la vez repercute en la vida política del país.
Como movimiento es amorfo, desorganizado, improvisado y como una casa a la que se puede entrar y salir cuando venga en gana. Su direccionalidad política queda a capricho, frecuentemente, de un líder carismático. Para la filósofa Hanna Arendt, hablar de movimiento en este aspecto, es presagiar una variedad de totalitarismo.
Así sucedió, por ejemplo, con los movimientos pangermanista o paneslavista: se era alemán en cualquier territorio, o eslavo en cualquier parte, y eso fue el campo de cultivo de lo que con posterioridad fueron el nazismo o el estalinismo. Aquí se podría convertir MORENA en un lopezobradorismo a merced exclusivamente del actual presidente de la república.
Un partido político debe adoptar una institucionalidad que lo vertebre y que va desde su compromiso con la legalidad establecida, si se trata de una democracia con una ley de partidos, obviamente una identidad programática; y también algo esencial: los derechos de los militantes o adherentes a elegir periódicamente a sus dirigentes y decidir libremente quiénes son sus candidatos.
Esto es algo que no hay en MORENA, precisamente porque es un mazacote en el que no se sabe hasta dónde llegar el partido o hasta dónde el movimiento.
Algo de esto tiene que ver con la gran litigiosidad que azota al partido MORENA. Se cuentan por miles y por todo el país los pleitos judiciales, precisamente por la deficiencia institucional, y no se diga estatutaria.
Quien construye un partido así, en este caso López Obrador, es para tenerlo a su disposición para las finalidades unipersonales que se le antojen.
Los que ven a MORENA desde fuera se hacen a este juicio: si no pueden arreglar sus asuntos domésticos, menos van a poder aportar soluciones a los grandes problemas nacionales. Un partido en riña permanente no es atractivo.
Quizás alguna de estas razones explican el que –y es sólo un ejemplo de los cientos que se pueden poner– Martín Chaparro tenga siete años en el cargo, haya sido relevado del mismo y regresado de nuevo a sustituir a Brigitte Granados, orgullo del nepotismo de una conocida familia juarense.