Mario Vázquez Robles, el fiel pastor de Maru Campos y de la mayoría panista en el Congreso del Estado, no atina a acomodarse en el escenario. La coreografía también le falla. Y entonces, como los santos fundadores del cristianismo, le dio por publicar epístolas. Por cierto, cargadas de rencor, y de una visión más que tradicionalista de la política, cuando había señores de horca y cuchillo.

Reacciona en automático ante cualquier señalamiento crítico, muy escasos, por cierto, que se le hagan a la gobernadora. Le profesa la legendaria fe del carbonero. Así es el estilo de la lambisconería que hoy se expende en el gobierno del estado. Probablemente Vázquez Robles quiere estar en el corazón de la gobernadora viajera para cuando pida licencia e ir a empujar la candidatura del PAN a la Presidencia de la república. Un sueño guajiro extraño, porque estamos en el desierto.

Pero a políticos de este tipo les suele ir bien con portarse con una corrección coherente y absoluta. Se trata del clásico “sí, señora gobernadora, lo que usted disponga”, incluido el termómetro que marca el inclemente calor de Chihuahua. Obediente, pues.

Pero esa es una parte de su actuación. También le ha dado por reformar la Constitución del estado, proceso que no ha despertado el más mínimo entusiasmo en la ciudadanía. Y esto es delicado porque históricamente, reformar un código fundamental es algo que genera debate, contradicciones, pasiones. Pero aquí tenemos un proceso silente, quizás por inútil. Quién lo sabe.

Pero luego, de tarde en tarde, se dedica a hacer campaña política-electoral en su distrito, con un triple discurso: contra López Obrador, contra Javier Corral, y, por supuesto, a favor de su jefa Maru. Es frecuente que pase de un papel protagónico a otro de reparto, aunque también se le ve como tramoyista, que por cierto a veces resulta más importante esta labor.

Pero ayer publicó una carta dirigida a Corral, que es una verdadera perla que desmiente sus ansias de reformador constitucionalista. Se arrogó, de facto –ignoro si luego pretenda constitucionalizarla–, la facultad de desterrar a los que le son oponentes o desagradables. Le dijo a su compañero de partido, Javier Corral, “¡aléjate de Chihuahua¡”, con un lenguaje caciquil, seguramente herencia de Duarte o de sus experiencias de ranchero muy acomodado.

Qué fácil es subir al escenario, asumiéndose demócrata, y a la vez incitando a la destrucción del adversario, en este caso, insisto, a su compañero de partido, acerca del cual guardó riguroso silencio durante todo un quinquenio.

Sólo una pregunta me resta formular: ¿venden pasaportes en el Congreso?