Las autoridades, cada que llega una feria, quieren ganar notoriedad “combatiendo los narcocorridos”. Más se afanan en una pretensión recaudatoria de multas discrecionales, que en lo que debiera correlacionarse, preconizar una educación cívica que favorezca visiones diferentes y más valiosas para la sociedad.

En realidad se trata de una maniobra para ocupar espacios en los medios, y de paso, patrocinar la doble moral y la hipocresía. Porque no hay cantina, salón de baile o fiesta familiar, donde no se escuchen este tipo de canciones, algunas conteniendo verdaderas y valiosas historias, que si no se conservan a través de ese cancionero, se perderían, cuando lo correcto sería mantenerlo documentado.

Pero aquí, multas matan educación y cultura. Y entonces, se establece una especie de guerra circunstancial que crea la expectativa de que los músicos y cantantes desafían a la autoridad aún pagando, lo que significa que escuchar esos corridos, se convierte en una mercancía en la que la autoridad recauda fondos, y los grupos y cantantes se ven en el imaginario como quienes lograron derrotar, con dinero, a la propia autoridad. Se trata, pues, de un juego perverso.

Lo grave del caso es que la historia se repite una y otra vez. Y la realidad continúa exactamente igual: capos actuando, droga en la calle, y lo peor: muertes innumerables. Pero no importa, el municipio engorda su cochinito.

La historia no termina ahí. En la cotidianidad, las autoridades municipales, del corte del siemprebienpeinado Marco Bonilla, propalan a diario un mundo de valores artificioso, pero, en esencia, ultraconservador y defensor de la familia tradicional, que hace mucho desapareció, pero no de los textos pontificios.

Esos “valores”, que no representan la pluralidad que somos, han demostrado su inoperancia una y otra vez, y claro que no son multados. Pero como ellos dividen al mundo entre el mal y el bien, se la viven condenando al primero y auspiciando al segundo, pero como un mecanismo simple de manipulación ideológica. Y ahí es donde entran las multas. Al “mal” hay que extraerle dinero, porque con dinero, así sea del maligno, se pueden escuchar canciones hasta de El Comander.

Y eso suele quedar en la anécdota fútil y barata, como aquella cuando Maru Campos desafió a Los Tigres del Norte, que burlaron su decreto, y ella, en réplica, les recordó el diez de mayo, con una sonrisa en la boca, propia de una pecadora.