El INEGI le dio al estado de Chihuahua un alivio “estadístico” que le permite al gobierno presumir que ha mejorado la percepción de la seguridad pública. Esta columna no duda que hasta los fenómenos más complejos sean susceptibles de blindar una estadística, empero descree de que la percepción caiga en ese rubro por la alta subjetividad que se implica en la misma.
Desde luego que se puede registrar con números y a través de muestras cómo se percibe este fenómeno, pero los resultados serán más que endebles. Pienso que es un recurso que se ha inventado para amortiguar la repulsa generalizada que se vive en el país por el delito y la violencia.
Las estadísticas deben gravitar sobre hechos y fenómenos medibles y hasta donde se pueda en calidad de dato duro por inobjetable, más allá de que el probabilismo estadístico pueda jugar un papel.
Vale más saber cuántas actas de defunción hay por hechos violentos coaligados a la delincuencia, cuántas sentencias dictadas por un juez en hechos de esta naturaleza, para no referirnos a cosas graves como la desaparición de personas, robos con violencia y otros indicadores.
Por lo pronto para la INEGI la percepción le da un respiro a Chihuahua, pero nuestro estado sigue ocupando lugares prominentes por su violencia, por desapariciones forzadas o no y por una violencia que hay en el medio rural o en la sierra que no alcanza a figurar en estadística alguna. Esto de la percepción me parece tan fútil como decir que estamos a 15 grados centígrados bajo cero, pero con una percepción de 5 grados.
Bien han advertido algunos pensadores, las estadísticas sirven para todo.