Masacre de los Lebarón: un caso difícil
Nos enteramos que en un juzgado de Dakota del Norte, Estados Unidos, se ha presentado una demanda que implica eventualmente el pago, en dólares, por la demanda que las familias Langford y Miller, de la comunidad Lebarón, del municipio de Galeana, Chihuahua, interpusieron en contra del Estado mexicano, tras la masacre de 2019.
El que escribe esta columna, de mucho tiempo atrás, se ha solidarizado con la comunidad de Lebarón, prácticamente en todos los eventos de sangre que los ha perseguido como un sino.
Cuando estuvo en Chihuahua la caravana de Javier Sicilia, que acompañó Julián Lebarón en calidad de líder, escribí un texto brindando la bienvenida a la enérgica e histórica acción, de la cual, si hiciéramos un balance, tendría que afirmar que la justicia no llega y la impunidad prevalece.
Sé que la comunidad de Lebarón tiene características especiales y he defendido la actitud de tolerancia que impone la vigencia de las garantías constitucionales. No paso por alto que gran parte, si no es que todos los mayores de edad, tienen la doble nacionalidad, mexicana y estadounidense, con todo lo que esto implica en derechos y obligaciones.
En el caso de la demanda en Dakota del Norte, ni duda me cabe que tienen derecho a instaurarla, pero el solo hecho de que se haya interpuesto, debe hacernos reflexionar profundamente sobre dos aspectos que son tan importantes como difíciles de tratar. De una parte, es la confesión de que nuestra justicia mexicana sigue en quiebra y ha fracasado en esta arista de la violencia que prevalece por todos lados. De otra, el problema de las lealtades preferentes, así sean obligadas por el fracaso al que me refiero.
Ni el rechazo barato, mucho menos la xenofobia, pero sí que el hecho, difícil para repetirlo, deje lecciones, una en particular: que cuando los connacionales –los lebarones lo son– recurren a los tribunales de Estados Unidos, es muestra inequívoca de un Estado fallido que, al no brindar seguridad para evitar la violencia que deja saldos de muerte, tampoco hace de su aparato de justicia un instrumento eficiente y confiable para que no se toquen las puertas de tribunales de otro país, en primera instancia, porque eso significa que aquí prácticamente todo ha terminado.
La fábula habla de todos, pero la moraleja sólo de los gobiernos federal, estatales y municipales involucrados en el lamentable suceso que me ocupa.