El maruquismo prohija un cinismo profundo en la vida pública de Chihuahua. Todos los días somos testigos de cómo los duartistas más encumbrados en el sexenio 2010-2016 se empeñan en aparecer como víctimas, pretendiendo así quitarse el carácter de victimarios que golpearon con dureza la vida de Chihuahua.

Está en marcha y casi todo los medios de comunicación se empeñan en persuadir a la sociedad chihuahuense de que ese ominoso pasado fue algo construido artificialmente, y para preparar la cada vez pospuesta extradición de César Duarte se crea una narrativa que construye la piedad en favor del tirano y los corruptos que fueron sus cómplices, como una forma de patrocinar la impunidad a que se comprometió el gobierno actual, que también tiene las manos sucias en todo este escándalo.

Hoy ocupan los medios en calidad de víctimas los Garfio, los Esparza, los Tachiquín, los Tarín, los Herrera, entre otros, y hasta el abogado vocero de César Duarte recibe una atención mediática primordial.

Es la escuela de la impudicia, de la falsedad. A esta se sumó el día de ayer uno de los consentidos del duartismo, Gabriel Sepúlveda Reyes, quien, pasados varios años, se queja de abusos de poder cometidos durante el desastroso quinquenio de Javier Corral.

Sepúlveda Reyes no ve en su persona la ocasión de lo mismo que culpa, parafraseando al famoso poema de Sor Juana Inés de la Cruz. Hagamos un simple repaso de su tenebrosa biografía:

A partir de 2010 formó parte del grupo privilegiado de César Duarte, quien lo hizo diputado local por el distrito de Parral. De ahí pretendió proyectarse para convertirse en candidato del PRI a la Presidencia municipal de Parral, y como dócil siervo aceptó ser sustituido por el entonces panista Miguel Jurado Contreras.

Mientras eso sucedía, la empresa familiar crecía con apoyo de dinero público. Pero sabía a ciencia cierta que algún privilegio tenía y que sería recompensado por su disciplina. Y así, vertiginosamente y sin tener una carrera judicial que lo respaldara, se convirtió en secretario del Tribunal Superior de Justicia, rápidamente en magistrado y, todavía más rápido aún, alcanzó la presidencia del Poder Judicial. Todo con la anuencia de la entonces diputada local María Eugenia Campos Galván.

Y no porque tenga la velocidad que da el talento para escalar cargos públicos y hacer carrera, no. Su camino era el privilegio del favoritismo que su padrino Duarte le otorgó y que lo mantiene, hasta ahora, como magistrado del tribunal mencionado, ganando alrededor de 150 mil pesos mensuales, sin que la justicia lo haya alcanzado pese a las denuncias de corrupción que hay en su contra.

Ahora le resulta fácil acudir ante la Fiscalía a presentar denuncias con una presumible complacencia del poder en Chihuahua, tanto de la gobernadora como de la presidenta postiza del Tribunal Superior de Justicia.

A esta escuela de cinismo e impudicia le encaja bien un fuerte refrán que hoy es pertinente: si es marrano, que no sea tan trompudo. ¿O a poco por ser marrano trompudo se quiere llevar la mejor mazorca?