Su fuerte es la liturgia, la trae de cuna. María Eugenia Campos Galván instaló ayer la primera asamblea del Comité de Planeación para el Desarrollo de Chihuahua. En las reglas del ceremonial se le conoce por las siglas COPLADE.

Se trata de un ritual que se lleva a escena al inicio de cada gobierno. Ya está en el calendario de la burocracia y hay que hacerlo, entre otras razones, porque los intereses creados se ponen en el arrancadero de los negocios y las ambiciones, precisamente, al inicio de un gobierno.

De más está decir que después eso tiende a resquebrajarse, pues ni el pastel ni la teología del bien común alcanzan para amalgamar al conjunto de los intereses contradictorios en presencia.

Cuando los trabajos de COPLADE terminan, es decir, de la burocrática comisión redactora, se abona un documento más de buenas e incoherentes intenciones cuyo destino es el olvido, el cesto de la basura.

Insisto, se trata de liturgia y, si me apuran un poco, de cosmético.

Así ha sido siempre y no hay ningún motivo para pensar que pueda ser diferente. Como se acostumbra decir: al tiempo, ya lo veremos.

Eso no quita que un patio repleto con los representantes de las “fuerzas vivas” no luzcan sus atuendos, los militares sus uniformes, los policías sus entorchados y la prensa vendida cante loas y ditirambos a los tiempos que vienen, para luego gestionar el pago de sus facturas, como ha sido el caso de El Heraldo de Chihuahua y los Diarios del extorsionador Osvaldo Rodríguez Borunda.

Ceremonias habemus, y realidad prevalece.

Quizá la nota la da un Juan Carlos Loera De la Rosa, que ahora en esa ceremonia se pone de monaguillo. Ya se le olvidó que María Eugenia Campos Galván traía un amparo bajo el brazo. No cabe duda: primero cae un hablador que un cojo.

La duda que me resta es si con los cheques de la federación, también repartirá los del estado. Puede ser, su vocación de servidor postal así lo dice.