Graciela Ortiz, Mario Mata y la política del rastrillo
Precisamente es que las llamadas redes sociodigitales debieron tener alguna motivación liberadora en el origen: facilitarle a la ciudadanía su interacción con el mundo que le rodea, prácticamente sin atavismos y sin intermediarios. Por supuesto que se han desatado una serie de comportamientos indeseables en términos legales y de otro orden, pero estos existían desde antes del internet, tanto como la impunidad de quienes, como hoy, desde sus posiciones de poder, han permitido e incluso alentado.
Sin embargo hay algo que tampoco ha desaparecido: los políticos que creen que la comunicación con sus ciudadanos ha de ser privada. Pongo dos ejemplos rápidos: el diputado que sólo se presentó al conflicto del agua en la zona centro del estado para sacarse la foto y obtener raja política (ya es legislador), Mario Mata, utiliza sus redes sociales como el Facebook para verbalizar sin que, por una contradicción comodísima, nadie pueda increparlo. No le cabe en la cabeza que especialmente alguien en su posición de servidor público tiene la obligación de aperturarse y ser sujeto de cuestionamientos. Este político panista es de los que quiere chiflar y tragar pinole.
En ese disparate contradictorio navega la muy prianista Graciela Ortiz, figura pública que desde su etapa como senadora ya practicaba el bizarro deporte que tanto gusta a Mario Mata: opinar en sus redes sociales sin derecho a réplica. Ambos aplican, pues, la política del rastrillo.
Un amigo fontanero lo ilustró mejor al explicarme que existe en su trabajo un tipo de válvula llamada “check”, que sólo permite la entrada del agua a un recipiente pero se cierra automáticamente para que no retornen los líquidos. Así son Mata y Ortiz.