Javier Corral, entre la anomia y la anosmia
Únicamente los que no lo conocen pueden estar sorprendidos.
Cuando Javier Corral perteneció a Unión Ciudadana reiteraba que tenía más interés por este proyecto que por el PAN. Sabía que esa afirmación, en sus dos caras, era falsa.
Cuando en una decisión cupular, propia de el “santo hedor de la panadería”, como diría el insigne caricaturista Rius, no tan sólo padeció el entonces senador de anomia, que es la ausencia de reglas, sino de anosmia, que es la absoluta pérdida del olfato. Las palabras que traigo a cuento se parecen por sus signos y también por sus contenidos esenciales. El que no tiene reglas pierde deliberadamente el olfato y hace como que no huele nada.
Un ejemplo: Corral pactó con Ricardo Anaya la candidatura a gobernador del estado de Chihuahua allá en las alturas, en algún restaurante de lujo de la Ciudad de México, conjeturo. Aquí todos se aguantaron, actuaron como si no tuvieran olfato. Previamente Corral había sido el oponente de Anaya para la dirección nacional del partido, en un pacto aparentemente secreto con Felipe Calderón y Margarita, la consorte de éste.
En el debate entre ambos, adjetivando, que es lo único que sabe hacer, elevando el tono al Do de pecho, Corral le reclamó al queretano que se le habían hinchado las manos de tanto aplaudirle a Peña Nieto y, sin embargo, cuando Anaya fue candidato presidencial, lo apoyó como el que más.
Su nariz, similar a la de Calamardo, no fue suficiente para captar la pestilencia y deslindarse con la furia que lo hace ahora y que no estaría presente si Gustavo Madero fuera el gobernador electo de Chihuahua.
Muchas reflexiones se podrían hacer sobre el sentido olfativo de Javier Corral. Pero poco vale la pena ocuparse ahora de él, cuando ya se encuentra en los andenes de su viaje a uno de los sitios que Dante reservó en su Divina Comedia para los traidores.
Él escribirá sus memorias, según su promesa, y quizá la vida me otorgue el tiempo para glosarlas. No por placer, sino para aclarar cinco o seis puntos que realmente valen la pena como testimonio para la posteridad.
Desde luego, no sería nada personal, como dice la canción de conocido yucateco.
Me quedan dos dudas al final de esta nota: el Diario de Osvaldo Rodríguez Borunda dice que Javier Corral le dio patadas al pesebre (¿tuvo pesebre?); la otra es si el papá de este polluelo, Francisco Barrio, padece de anosmia crónica e incurable. El tiempo disipará la incógnita.