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El racismo de Graciela Ortiz

La constitución de los estados nacionales, donde se hayan consumado en cualquier parte del mundo, siempre han encerrado en un mismo territorio a regiones con pasados y orígenes étnicos diversos. También ha habido el predominio de una de las partes sobre el todo. Nunca se ha cumplido a cabalidad la idea de que cada nación se constituya en su propio estado, y desde luego esto ha acarreado dificultades y separatismos que han dejado huella en la historia.

El fenómeno lo hemos visto recientemente con tintes dramáticos en la descomposición de la antigua Yugoslavia, que después de la Segunda Guerra Mundial se unificó como estado, abarcando lo mismo a serbios que bosnios, macedonios y más, y una pluralidad de lenguas y religiones que incluye a musulmanes, cristianos, católicos y judíos. Los ejemplos son múltiples como para pretender abundar sobre ellos y además no es el propósito.

Todo esto viene a cuento por una frase efectista que emitió Graciela Ortiz a la hora de declinar políticamente en favor de la candidata panista Maru Campos. Cito a la priísta de manera textual: “Habré de hacer, todos estos días, un llamado a los chihuahuenses, a todos aquellos que me han expresado su compromiso, les pido que voten por Maru Campos. Si el norte del país cae, si Chihuahua cae en manos de MORENA, este país ya no tiene remedio”.

Quizás se trate de una frase impensada y circunstancial. Conjeturo que no porque la hoy ambigua candidata del PRI ha ocupado una curul senatorial y en ese recinto algo se delibera y se decide sobre política internacional y es válido pensar que algo ha escuchado al respecto; y si habla en esos términos es porque algo siente que puede ocurrir. Eso difícilmente lo sabremos porque es seguro que pase a un ostracismo autoconstruido que la borrará del mapa político, no lo sé.

Lo que sí es de tenerse en cuenta es el discurso, lo que dijo y cómo lo dijo. Desde hace mucho se sabe que una vez pronunciada la palabra ésta vuela irrevocable; y en esto, si aplicamos esa puntual enseñanza, tendríamos que empezar a valorar el sentido político de tales afirmaciones que en sí son preocupantes y desafiantes para la unidad de la república y su porvenir.

Para nadie es nuevo que no hay un solo México, sino muchos Méxicos. Mesoamérica precolombina fue un hervidero cultural, étnico y antropológico, como lo demuestra la vasta historia de ese pasado. Incluso la hegemonía que ejerció la gran Tenochtitlan se tenía por opresiva para otros pueblos y culturas más débiles militarmente, y que ciertamente eran empujadas compulsivamente a ser tributarias de la dominación que encontraron los españoles a la hora de la llamada Conquista, lo que le facilitó a Hernán Cortés el hábil manejo de esas contradicciones para dividir y vencer.

Durante la misma Colonia el norte mexicano tenía, a su vez, otras presencias que lejos estaban de exhibir una unidad, y las armas se emplearon para forzarla, en algunos casos con afán exterminatorio, como ahora se sabe con mayor precisión. 

Con estos antecedentes, a los que debemos sumar los ejemplos históricos del separatismo texano y las pretensiones yucatecas de fundar su propia república, lo menos que podemos decir, hoy, es que hay miga en el discurso de Graciela Ortiz para preocuparse por el destino no sólo de Chihuahua, sino de toda la región fronteriza, pero nunca bajo la óptica e intereses en los que ella coloca el problema. 

Hay una vieja idea que lentamente se abre paso y que deseo no sea exitosa jamás, de que el norte de México tiene características especiales. Hay un dejo de “provincianismo”, de “chihuahuaneidad” dicen algunos, de asumirnos como “diferentes” y “mejores”, y esas visiones algo tienen de racistas, de desprecio a una república con más de doscientos años de existencia y que a pesar de los desatinos del centralismo se ha mantenido aglutinada bajo un esquema federativo, no siempre generoso ni solidario. 

Pero veamos con precisión: varios estados fronterizos, como Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua, Sonora y Baja California, ya han sido gobernados por el Partido Acción Nacional y jamás resultó cierto el reproche que los priístas hacían de que se iban a anexionar a los Estados Unidos, que esta región de la república pasaría a ser varias estrellas en la bandera norteamericana. Así, es previsible que partidos actuales o futuros puedan llegar a gobernarlo sin que eso signifique la apertura de un neoseparatismo o de una dependencia mayor a la que ya hemos visto, lo mismo con los del PRI que con los del PAN, y ahora con la hegemonía en construcción por el omnipresidencialismo de Andrés Manuel López Obrador. 

Si fuese medianamente verdadera la desmesurada frase de Graciela Ortiz, significaría que un determinismo histórico nos azolará de por vida; estaríamos condenados a ser priístas o panistas por toda una eternidad, y eso está muy lejos de ser cierto.

Por otra parte, la fraseología de Ortiz aparentaría ser patriótica y nacionalista, pero no con relación a los Estados Unidos, sino contra los mexicanos de otras regiones del país, particularmente prohijando todo lo que aquí con ruindad se cataloga como “sureño”. Esto me permite concluir que el discurso que comento contiene un dislate de orden racista.

Esto no significa que las diversas regiones de nuestro país tengan peculiaridades que deben atenderse cuando se tiene una visión económica y social de Estado. Recientes y avanzadas investigaciones nos hablan de la “conexión” de California, el poderoso estado norteamericano, con la economía mexicana, particularmente con la frontera donde destacan ciudades como Tijuana y Mexicali. Hay al respecto trabajos académicos notables. Algunos que han investigado esa conexión deploran la inexistencia de la “otra conexión”, obviamente más difícil, que se daría entre el estado de Texas, su poderío económico, su racismo, con los estados de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. 

Las fronteras en todas partes tienen un carácter dinámico, establecen matices a tener en cuenta siempre, sea por la inseguridad bélica, sea por el tráfico de personas y mercancías, o porque de hecho se convierten en zonas de contacto y contradicción. Y es la política de Estado la que debe tener la mayor injerencia, establecer las normas, especialmente en el dramático tema de la migración que afecta las relaciones de los estados norteños con los Estados Unidos, que de paso permite visualizar a personas de otras nacionalidades que lo único que hacen aquí es transitar buscando el “sueño americano”. 

Pero no debemos olvidar que ha sido este norte, en particular el de Chihuahua y marcadamente Ciudad Juárez, el que ya ha estado bajo administraciones del PRI y del PAN en los tres niveles de gobierno que ha habido. La permisividad de un proceso de industrialización a través de las maquiladoras, la implantación de un urbanismo atroz, ha generado problemas gravísimos de toda índole como para venir a recomendar ahora que no se migre de partido político aquí, y mucho menos prohijar la nefasta idea de que si eso sucede ya no tendríamos “remedio”. Ya sólo falta que el campechano “Alito” nos venga con la misma canción.

Todo indica que quien ya no tiene remedio es el PRI, ni el PAN. Y es que muchas veces el partido que se dice más nacionalista es el que resulta más vendepatrias. Cabe la pregunta: ¿la exsenadora está por el Norexit, al igual que el Brexit británico?

Afortunadamente, como lo dije en breve frase, el destino de Graciela Ortiz fue la natación: brasear en crol ocultando la cara.