Prácticamente nadie duda del talento de creadores como Alberto Espino sino, en la coyuntura, del montaje político que María Eugenia Campos le imprime al espectáculo anunciado por aquel; pero todavía más al show de la gobernadora que, visto desde diversas aristas, va desde el oportunismo elitista, pasa por la omisión deliberada de la cultura y llega hasta las vacilaciones administrativas que impactan en la deficiente y selectiva aplicación de presupuestos.

No es la primera vez que Maru Campos le presenta a Espino un show en Chihuahua con todo el financiamiento posible, y esa sola razón ya es de por sí suficiente para sospechar de favoritismo, algo que alimenta la misma gobernadora en su afán protagónico, pero que afecta, aunque sea beneficiario, al mismo productor. Tampoco es la única ocasión que la panista deja en claro su logrera concepción de la cultura.

Y no habría problema con eso, el asunto es que es la gobernante que decide qué sí y qué no se apoya munificentemente en este rubro, porque por un lado tenemos a artistas locales que trabajan digna y profesionalmente con las uñas, un festival venido a menos, y por otro la inyección de 20 millones de pesos a un solo espectáculo, asistido además con gran despliegue publicitario. La propaganda en los medios y la inversión corren por cuenta del erario porque, según Maru Campos, el espectáculo de Espino es “gratis”.

Recordemos que en 2004, a inicios del gobierno de José Reyes Baeza, hubo un acuerdo congresional que fundó el Festival Internacional Chihuahua. Tanto en la iniciativa como en la deliberación, se subrayó la necesidad de que el estado se colocara en contemporaneidad con otras entidades de la república, auspiciando un festival con larga proyección histórica, pienso hoy, como pretender alcanzar los 50 años que cumple ahora el Cervantino de Guanajuato.

Hubo un esfuerzo sostenido, obviamente con aspectos cuestionables, pero el festival iba cobrando arraigo, y de manera abierta se impulsó la aniquilación de ese proyecto, visiblemente por parte del alcalde panista y de ultraderecha, Juan Blanco, que desde el municipio de Chihuahua confrontó en paralelo con su propio festival, en lugar de coordinar el carácter internacional que se pretendía y que hoy, ayunos de una política cultural en forma, los gobernantes panistas terminaron por liquidar.

De alguna manera se dejaron entrever motivos de austeridad, pero ahora nos damos cuenta que habrá una erogación multimillonaria para un solo creador, oriundo de Chihuahua, pero que navega en diversos territorios y se ha visto favorecido con el privilegio de la gestión, muy distinto a la miserable actitud que se tiene con artistas locales, con arraigo y talento, que prácticamente hacen su trabajo todo a pulmón, de manera autogestiva, sin apoyo presupuestal decoroso y significativo.

Según cifras de la propia Secretaría de Cultura estatal, hace cinco años el Festival Internacional Chihuahua ocupó una inversión de 32 millones de pesos. En 2022 se prescindió del evento y se optó por pagar la deuda que se tenía con artistas y proveedores por 15 millones de pesos.

Es decir, el espectáculo que ahora le financiarán a uno supera por sí solo la deuda que se tenía con varios, y representa también más del 60 por ciento de lo que costó todo el festival en 2017.

Aún así, tanto Maru Campos como el alcalde de la ciudad de Chihuahua, Marco Bonilla, se esfuerzan en sus redes sociales por aparecer como los paladines de la cultura en el estado. Piensan quizás que una selfie puede desvanecer su histórica ausencia de responsabilidad real con los creadores locales y la estimación en segundo o tercer grado que tienen por las manifestaciones culturales surgidas aquí o en cada región de la entidad.

Ojalá los gobiernos y sus presupuestos abrazaran a todos los artistas locales como lo hacen en torno de una sola figura y sus productos artísticos, porque así generarían otro tipo de certidumbre que parece tan ajena al panismo en el poder: la equidad y el compromiso genuino con la cultura.