Algo debe seguir sin corregirse en la vocería gubernamental de Javier Corral porque su imagen sigue por los suelos. Y ni modo que ahora digan que la encuestadora no es reconocida, pues fue Mitofsky la que volvió a poner hace un mes al panista en el lugar 26 de entre los mandatarios peor calificados por los chihuahuenses. Ya en noviembre del año pasado lo ubicó en un casillero similar. 

Fue el mismo mes en que Manuel del Castillo fue llamado a reparar el desastre que dejaron Antonio Pinedo y su sucesora, María José Valles. Al menos a esta última se le reconoce haber dado la cara (para eso la pusieron) en la cancelación de la ominosa existencia de Cambio 16, el periódico del régimen que nadie leía y mucho costaba. 

Pero Manuel del Castillo es un hombre sin fronteras. No confundir: una cosa es la humana condición de pretender derribar muros en tiempos de globalidad y otra la deliberada, ilegal y mezquina afición de mezclar intereses públicos con intereses privados.

Pero antes, un breve recuento que muchos ya conocen: cuando Corral presentó a Castillo como un hombre de 61 años y 40 de experiencia profesional, soslayó lo mercenario de su perfil: trabajó en los gobiernos priístas de Héctor Murguía y Reyes Baeza, y estuvo ligado a la familia del alcalde “independiente” de Ciudad Juárez, Armando Cabada, a través de la dirección de los noticieros de Canal 44. Su última chamba antes de llegar a Palacio fue como asesor de Carlos Loera en la Secretaría del Bienestar (si en este momento está usted pensando en quién recomendó a Castillo a Corral, puede que le atine).

Manuel del Castillo vive en El Paso, Texas; pero lo que no dijo Corral cuando lo llamó a reparar el barco del naufragio comunicacional es que ese vocero estaba ligado a Alejandra de la Vega, la empresaria omnipresente con superpoderes que ya envidiaría el Hombre Invisible, o al menos su marido, Paul Foster, el millonario petrolero texano que también está presente aunque no esté. 

Pues bien, Castillo es inmanente a Alejandra de la Vega (si en este momento está usted pensando quién recomendó a Castillo con Loera, puede que le atine), y eso se adivina hasta en los “post” del funcionario en su cuenta de Facebook. Lo del paréntesis se adivina en los constantes paseíllos del morenista en las cuadrillas del corralismo.

Como un juarense radicado en El Paso y empleado público en Chihuahua (¡vaya exquisitez de la diversidad burocrática!), del Castillo debe haberse aprendido en algún momento de su vida aquella canción del también juarense pero nacido en Parácuaro y residente californiano, Juan Gabriel, titulada “Te pareces tanto a mí”, porque sólo así –y por la buena paga, claro– se explicaría tanta afinidad (léase fanatismo). Cosas de publicistas.

Quién sabe qué ha hecho el vocero del gobierno del estado en esos cuarenta años de experiencia en la comunicación social al mejor postor, pero desde noviembre a la fecha ni le endereza la imagen a Corral ni cumple ordinariamente con el deber que le impone un cargo público de esa naturaleza. Del Castillo no muestra el más mínimo pudor –ni rigor– para considerar que su cuenta de Facebook “es personal” y dejar de lado su encargo en el gobierno. Lo mismo encomienda a Dios el coronavirus que le echa porras al equipo de futbol de su jefa (Corral sólo es un intermediario), como el más ferviente publicista, con indumentarias de Los Bravos de Juárez.

La imagen de Corral ya no tiene remedio y la presencia de un vocero que pueda alivianarlo es tiempo perdido. Sin embargo, para algo ha de servir un vocero. El problema es que este sucesor de Pinedo y de Valles tampoco sirve para nada, más que para llegar tarde, trastabillar en las ruedas de prensa y “postear” opiniones “personales” en la vitrina más pública del mundo con cargo a la deteriorada imagen de un gobierno fallido. 

Si Antonio Pinedo se vio obligado a renunciar por acusaciones de corrupción y María José Valles por embarazo, a Manuel Del Castillo hay que exigirle que se vaya por embarazoso. Mínimo.