Cuando un país vive una larga etapa autoritaria, como la que ha vivido México, para no irme muy lejos, desde el porfiriato, el callismo, el priísmo y el populismo actual, suele suceder que no se genera una reserva democrática en la sociedad para diseñar proyectos de futuro y emprenderlos con la frente en alto y al amparo de una ética política que sofoque, al menos, las eternas tentaciones de caer en los proyectos de poder sin más. 

No hay democracia sin demócratas, como no hay crítica sin críticos. Todos tenemos derecho a cambiar y modificar nuestras visiones, nuestros proyectos, pero nunca, al amparo de estas divisas, se debe dar pábulo a ir fecundando las fuentes nutricias del retroceso, las regresiones y el oportunismo vil. Para esto se necesita genuina vocación política, moderación de las ambiciones y, sobre todo, una paciencia, si no a toda prueba, al menos que califique.

Con motivo de los registros de candidatos, como una especie de crónica de coctel político, ya podemos prefigurar lo que va a venir después de junio, desde luego si las cosas siguen igual, sin que hagamos nada para cambiarlas. Tras los rostros de los candidatos están los mercachifles, los que andan buscando proveerse para sus negocios. Pero no sólo, también asoman a la ventana, a una ventana derruida, personajes que en su momento prometieron cosas mejores. 

Es el caso, lo que lamento para mí, a pesar de las divergencias, de la estampa de Francisco Barrio en el registro del candidato a la alcaldía del importantísimo municipio de Juárez, Javier González Mocken, ahora con ropajes azules que ayer fueron guindas, antier tricolor, aunque siempre, en el fondo, serán de estos últimos matices. Se trata de un municipio antaño capital de una insurgencia democrática que Barrio, alguna vez, encabezó.

El suceso me recordó un “Pensamiento despeinado” de S. J. Lec: “Muchos de los que se abrieron paso para estar en el candelero han acabado colgados de una farola”. 

¡Chingá!