Columna

Tino Contreras: ni caricias ni besos

Tino Contreras regresó a Chihuahua; en realidad nunca se ha ido. Sin faltarle el jazz, ahora se nos presentó en un híbrido –intimista, familiar, personal– con sus boleros y baladas. El notable músico del siglo XX chihuahuense, nacido en 1924, llegó al Teatro de la Ciudad (antes Cine Colonial) donde se recordó el centenario de su nacimiento, resaltándolo en toda su dimensión artística, y a la vez describiendo su condición humana concreta, algo que frecuentemente se soslaya, no obstante la importancia para explicarnos cómo surgen y la estatura que alcanzan los grandes creadores.

Al piano estuvo magistralmente el veracruzano Jaime Reyes, que contribuyó musicalmente con la parte central del evento y dio los tonos de jazz al bolero y a la balada, demostrando que este tipo de fusiones son posibles, no nada más por las obvias razones estéticas sino porque contribuyen al conocimiento del músico y autor recordado.

El barítono Salvador Padilla puso su voz, su talento y talante, y el ensamble de interpretación resultó todo un éxito, aunque este concepto me suene extraño por ser el criterio de verdad de los utilitarismos, en este caso ausentes. 

Detrás de todo y sin protagonismos, estuvo la gestión de Raúl Balderrama Montes, el historiador de la cultura musical en Chihuahua.

Se tocaron diez piezas, mayoritariamente del maestro Contreras, empezando por Bella Chihuahua, pasando por Imaginación y Pedazo a pedazo, para concluir con elevada alegría con Azúcar y sal. Me quedo con la interpretación de Ni caricias ni besos, a mi juicio la mejor lograda, o la que me hirió el alma en ese momento.

Estuvimos ante un heterodoxo proyecto que seguramente no dejará contentos a todos, como es ordinario que suceda. Pero el esfuerzo hay que valorarlo integralmente. Los que quieran hacerlo pueden recurrir a un disco compacto, acompañado de un álbum que explica los propósitos y hace la semblanza de Tino Contreras en la persona de su viuda, Mónica Ramírez Robles, quien a la vez fue manager del creador, y que nos viene bien leer con atención. 

En el álbum encontrarán impresa una acuarela de la notable pintora chihuahuense Yesenia Holguín. 

Por último, algo de azúcar y sal: del dulce, ahí está la obra misma, el esfuerzo colectivo por presentar a un grande que creó, vivió y llevó la música en la sangre y en sus manos; de la sal, es lo muy recurrente en este desierto cultural: la sala del antiguo Cine Colonial con muchas, demasiadas, butacas vacías.

Por más caricias y besos no llegan los públicos pletóricos, rebosantes de entusiasmo, alegría, comprensión y proyección. ¿Hasta cuándo?

Por lo pronto, envío mi abrazo a Raúl Balderrama.