En los sistemas totalitarios –entiéndase los que surgieron al amparo de la Unión Soviética– para dirimir conflictos políticos siempre al margen de todo derecho, se recurría a los muy famosos “juicios espectáculo». Hagan de cuenta que se trataba de una dramatización en que el culpable se iba a presentar reconociendo todas las faltas imaginables ante un feroz fiscal que previamente le había ofrecido ventajas para luego fulminarlo, y un juez absolutamente farsante.

La lista de los que padecieron esto es grande y con una constante: los procesados terminaron en el patíbulo. Nada hay, comparado con esto, que desmienta más la idea del Estado de derecho en materia de debido proceso penal. Es una historia que todavía duele, que todavía conmueve, que todavía no se olvida. 

Obviamente que, cambiando todo lo que haya que cambiar, aquí en Chihuahua se pretende escenificar un juicio espectáculo en el escándalo de corrupción de María Eugenia Campos Galván. De una parte, se usó la lucha anticorrupción para favorecer proyectos políticos, cosa indebida; de otra, es evidente que Campos Galván quiere evadir mediáticamente un proceso del que, a mi juicio,  no puede salir bien librada por que está en falta.  

Pero entre uno y otro extremo el tema quieren diluirlo para que se olvide, para que quede como un simple incidente propio del anecdotario. Eso no será posible porque la exigencia de darle el máximo de publicidad al escándalo se va a imponer tarde que temprano. Si alguien quiere hacer de esto un espectáculo, no lo va a lograr.

Se exigirá toda la verdad para presentarla a la luz de un día soleado de verano.