Los estilos de gobernar, a lo largo de la historia, son de lo más variado que podamos imaginar. Y a lo largo del tiempo han demostrado que no se quedan en la simple esterilidad de las formas, sino que marcan el contenido de cómo se ejerce el poder.

Desde la época de los faraones en el viejo Egipto, de los cesares del imperio romano, de los seguidores del Papa o de emperadores en la Edad Media hasta las monarquías absolutistas, se registran modos que de diversas maneras persisten hasta en las más modernas democracias de nuestra época, y no se diga en los totalitarismos. En relación a estos últimos, quién puede separar a José Stalin del Zar Pedro “El Grande”.

De esos estilos entresaco alguno que con modalidades ha llegado a Latinoamérica, México incluido, y Chihuahua también. Se trata del artificio de traer gente de fuera a gobernar en tierra extraña, donde no tiene raíces, ni intereses inmediatos, ni relaciones, ni vínculos de parentesco.

Es una práctica, pongo por ejemplo, de enviar de jefe militar a determinada zona a un comandante absolutamente fuereño a la demarcación que se le asigne, o la tendencia a poner jueces que nada tengan que ver con el ámbito de su competencia. El mecanismo puede tener ventajas y virtudes, pero también perjuicios y desventuras.

En otros ejemplos concretos se puede señalar cómo, durante el peronismo tardío, al final lo heredó María Estela Fernández, un personaje ajeno al movimiento, igual que José López Rega, quien llegó a asumir tales poderes que hasta quiso dirigir la república austral con la magia, la superchería y la teosofía. López Rega, al estilo del Rasputin ruso, monopolizó tal cantidad de facultades exclusivas de la Presidencia, que se puede decir que era quien en realidad gobernaba. La historia es que esto le allanó el camino al golpe militar más sanguinario del cono sur.

Subiendo hacia el norte del continente, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, se adosó a la Presidencia la siniestra figura del francés Joseph Marie Córdoba Montoya, sin duda un hombre poderoso de quien se conjetura estuvo involucrado en el magnicidio de Luis Donaldo Colosio Murrieta. Pero en realidad era el otro yo de Salinas para operar grandes decisiones del Estado.

Como los eunucos legendarios que devenían generales, Córdoba Montoya no tenía religión, ni patria, ni intereses que lo ataran al país, sólo la obediencia ciega para tomar las decisiones más despiadadas o corruptoras. Al fin y al cabo él no estaba construyendo un futuro que pudiera dañarse por sus actos. Es un ejemplo, por una parte, de la lealtad abyecta, o del ejecutor implacable de la orden recibida.

Aquí en Chihuahua hay dos ejemplos recientes de huéspedes con poder. El primero que recuerdo fue Manlio Fabio Tapia Camacho, un veracruzano vestido de impecable guayabera, de manera natural, no porque fuera echeverrista, que también era el álter ego de Manuel Bernardo Aguirre, que hacía llegar sus órdenes, sobre todo las que entrañaban dureza, a los interlocutores hostiles, muy escasos, que tenía el gobernador.

Siguió este ejemplo –tradición jesuítica de por medio– Fernando Baeza Meléndez y la dinastía que inauguró, cuando hizo aparecer en escena a Arturo Proal de la Isla, un queretano que jugó un papel central en la reconstrucción de una legitimidad secundaria, luego del fraude de 1986 que dejó fisurada a la sociedad chihuahuense.

Proal de la Isla también era la extensión de facto de un poder representado por Baeza I y Baeza II. Daba los mensajes ad hoc para evitarle desgaste al titular y allanarle sendas menos espinosas a una negativa que pudiera salir del Palacio de Gobierno. Cuando eran gratas, lo dejaban en espera de recibir el beneplácito.

Quepa en descargo de estos dos últimos (Tapia Camacho y Proal de la Isla) que los caracterizó lo que se conoce como el “don de gentes” por sus maneras afables de trato, y hasta un cierto hábito conciliatorio, cuando esto era posible. Duraron tanto tiempo en el territorio adoptivo que a la postre hasta se les empezó a ver como parte del paisaje chihuahuense.

En el momento actual que vive el estado, Maru Campos nos ha traído de Sonora a un par de personajes, inocultablemente identificados con la ultraderecha de matriz yunquista. Se trata de Luis Serrato Castell, hoy coordinador del Gabinete, y de José René Sotelo Anaya, nombrado recientemente como nuevo coordinador de Comunicación Social.

Ambos nombramientos se inscriben en esa vieja tradición que comento. Pero se advierten agravantes que no podemos perder de vista porque encarnan una especie de prótesis para el ejercicio del poder. Si una prótesis, en términos médicos, sirve para suplir artificialmente una deficiencia, proveniente de alguna mutilación o carencia genética, en este caso es evidente que exhibe los déficits que a un año ya se hacen características en la gobernadora.

En primer lugar, su hábito de gobernar por encargo, dadas sus reiteradas ausencias de la responsabilidad pública que asumió; pero de otro lado, por el papel protagónico que encargó a aquellos dos funcionarios. El primero nada menos que coordinando la totalidad de la acción gubernativa del equipo ejecutivo, y el segundo diseñando el cómo la gobernadora quiere ser vista ante la sociedad a través de lo mediático.

En ambos casos, los sonorenses ni tienen raíces aquí, y hasta donde se sabe tampoco intereses, ni vínculos con el entramado social, ni nada que los comprometa. De tal manera que ellos pueden ser dúctil plastilina en las manos de la gobernadora para lo que sea, desde una lealtad detestable, hasta el sentirse con patentes de corzo para ejercer la piratería en el estado de Chihuahua.

Estas afirmaciones nada tienen que ver con un regionalismo ramplón, ni por rescatar las diferencias que pueda haber en dos territorios de la unión mexicana, como lo son Sonora y Chihuahua. Quizás la desgracia de Chihuahua –no lo creo– es que aquí no hay personal político, administrativo y profesional para hacer las cosas; o tal vez sea una tierra demasiado hospitalaria, como dice nuestro escudo.

Sólo estaría intentando hacer un matiz de esta forma de gobernar en el momento actual, que es hacerlo a través de prótesis.