Cuando Emilio García Ruiz hizo su aparición pública en Chihuahua con el nombramiento de secretario de Seguridad bajo el brazo, por nombramiento que firmó Javier Corral, ofreció que iba a privilegiar por encima de todo “las labores de inteligencia”, insinuando de esa manera que habría un viraje en tan delicado tema que tiene que ver con la inseguridad pública, los homicidios por ejecución y en público, la existencia de amplias zonas de extraterritorialidad, y mucho más.

Fue, como todo en el quinquenio, jarabe de pico. La famosa inteligencia parece que sí funcionó, pero para dotar de una mansión al fracasado jefe policiaco. Su paso por la dependencia ha quedado marcado por el desastre que golpea también la integridad y la vida de los agentes policiacos.

A Emilio García Ruiz le quedan unos días en el cargo. Quien lo sustituya es probable que venga con la misma canción y diferente uniforme –cosas de la talla–, porque no se ve por ningún lado que la situación pueda cambiar.

Lo que sí está cambiando, y mucho, es que la Guardia Nacional, con la coparticipación del “inteligente” García Ruiz está colocando retenes y filtros en las poblaciones –Chihuahua y Juárez, por ejemplo– en una muestra de que la militarización lopezobradorista, viento pestilente de dictadura, avanza vertiginosamente.

A la Guardia Nacional se le puede ver en los centros deportivos o en colonias que, para los estándares existentes, tienen una vida tranquila. Pero se les extraña –quepa la expresión– en los frentes reales de batalla, como la Sierra de Chihuahua y las selvas urbanas muy conocidas donde nunca aparecen, y cuando se presentan entregan magros resultados.

Pero eso sí, López Obrador ya reafirmó una nueva concentración de poder entre los militares y la Fuerza Aérea, nada más falta que a los “servidores de la nación” les pongan galones en las hombreras de sus camisas y vestimentas.

No cabe duda de que López Obrador llegó cantándole a la democracia y que México en esa materia fue por lana y salió trasquilado.