En Urique, como en muchas otras regiones alejadas de la urbe capital de Chihuahua, inevitablemente se destapan los hedores del cacicazgo cada que ocurren tragedias como la acontecida ayer en la mina Río Tinto de aquel municipio enclavado en la sierra colindante con Sonora.

Es inevitable: años y años de utilización de trabajadores que laboran en condiciones de inseguridad y de sobreexplotación de los recursos naturales, en un contexto de corrupción política-empresarial, sólo pueden derivar en una tragedia como la de Urique donde, conforme avancen los días, irán despejándose los saldos de la depauperación socioeconómica de la zona porque, para empezar, la empresa y las autoridades de entrada ya minimizan los daños, los cuales contrastan con los primeros testimonios del derrumbe de una represa contenedora de químicos y otros materiales contaminantes.

Y es ahí donde surge un apellido ligado a la más rancia alcurnia priísta explotadora de esa región: Pérez Campos. Su patriarca, ya fallecido y ligado a la etapa del gobernador Óscar Flores, fue Abelardo Pérez Campos, quien legó empresas y cargos priístas a su heredero Neil Martín Pérez Campos, hoy candidato del PRI a diputado por el vasto VII distrito electoral federal, coto de su poder, una región lastimada también por la violencia y la presencia e intercambio de grupos de la delincuencia organizada.

Esta suerte de mirrey se ligó al PRI a finales de los 80 pero su trayectoria como funcionario público inició en la etapa de Reyes Baeza. Empresario como su padre, dirige, al mismo tiempo que se dedica a la política, el grupo Pinos Altos, que según página web, es un corporativo que agrupa diversas empresas familiares con operaciones en los municipios de Moris, Ocampo, Uruachi, Maguarichi, Guerrero, Ignacio Zaragoza, Chihuahua y Juárez.

Neil Pérez Campos es, pues, esa fusión ideal de hombre exitoso, como otros más que hay en el país, que difícilmente separan sus negocios del mundo de la política –y viceversa–.

Y frente a este ascenso personal, por ahora nos quedamos con lo dicho por uno de los dos mineros sobrevivientes, hospitalizados de emergencia en Chihuahua y que sintetiza casi metafóricamente el modo de vida en aquel lugar: “oímos un gran estruendo; después no supimos nada”.