
La memoria del agua
No es nada nuevo que funcionarios de los gobiernos de los tres niveles manipulen recursos públicos para hacerse campaña y allegarse adeptos o votantes, según la temporada de la cacería política entre el blanco ciudadano que significa para aquellos. Aquí en el estado de Chihuahua los políticos en el poder hacen campaña casi a diario para brincar al siguiente puesto en el escalafón. Tampoco es diferente al uso que esos mismos gobernantes hacen de las tragedias humanas para acudir en su auxilio –necesario, por supuesto–, pero envuelto en una falsa capa de heroísmo que cubre sus ulteriores intenciones que son, evidentemente, de uso político.
Se podría decir que los ciudadanos afectados por desastres naturales o por accidentes masivos están en la irreprochable disposición de no mirarle el diente al caballo regalado. Pero ese no es el punto, porque casi cualquiera, colocado en una disyuntiva y una vulnerabilidad de esas dimensiones, no tendría reparo alguno en recibir la ayuda, el apoyo gubernamental. Es más, esto, en ciertas circunstancias, es hasta exigible, sobre todo si de una eventual investigación se desprenden omisiones oficiales en la infraestructura urbana que hubiese contribuido a la tragedia.
La catástrofe, los daños al patrimonio de más de 125 familias y el reporte de al menos una persona fallecida durante las inundaciones en Colonia Juárez, comunidad rural del municipio de Casas Grandes, fueron objeto del deseo de la morbosidad, el asedio oficial y el empleo del gobierno del estado para presumir su buena voluntad. La ayuda en este caso, en realidad es tangencial, porque la propaganda, el uso mismo del siniestro, la toma de fotografías de los funcionarios entregando despensas, incluida la de una diputada del PAN, es perniciosamente acartonado.
Camiones cargados de cajas con el sello distintivo del gobierno del estado, el logotipo que se usa como bandera política y de campaña, y todos perfectamente enfundados en prendas de color azul –el del PAN–, revela a ojos vistas esa intencionalidad accesoria.




Las fotos del joven alcalde de ese municipio rescatando a un perro y mojándose hasta la cintura en las maniobras de rescate, trascendieron las oficinas de Comunicación Social de su presidencia y cumplieron su doble propósito, sobre todo en las redes sociales: el auxilio de una administración gubernamental que está obligada a prestar a las víctimas de un desastre natural, y el aprovechamiento de las imágenes que no sea el heroísmo político electoral.
El confundir, como lo hacen muchos en el gobierno, a Casas Grandes con Nuevo Casas Grandes, es una desdicha adicional, porque ese tipo de yerros conducen a la negación, y ésta a la exclusión, aunque sea involuntaria.
En comunidades rurales como Colonia Juárez, asiento histórico de mormones, pero también de mexicanos nativos, es común que los habitantes construyan sus viviendas a distancias muy cortas de las riberas de ríos y acequias. Las abundantes lluvias propiciaron que se desbordara el Río Piedras Verdes, que cruza el pueblo y se conecta con el Río Casas Grandes que prácticamente separa a ambos municipios, Casas Grandes y Nuevo Casas Grandes. Sin embargo, como siempre, quienes más padecen estos desastres son las personas de menores recursos económicos, que difícilmente podrán recuperarse de sus pérdidas. Los que tienen mayor capacidad de ingreso podrán resarcir los daños sin mucho esfuerzo.
Pero en diversos medios locales, casi todos dispuestos a corregirle la plana al gobierno estatal, también se usaron argumentos oficiales para “culpar” a las familias cuyas viviendas habían sido erigidas sobre la ribera del río, ser las primeras inundadas o destruidas y así pasar la factura de la responsabilidad de su propia tragedia a los dueños de esas casas siniestradas.
La vorágine de la devastación y la andanada momentánea de los apoyos gubernamentales empañan por ahora la razonable consideración ciudadana de analizar a fondo los acontecimientos. En ciudades más grandes del estado como Chihuahua y Juárez, los gobiernos están reñidos con el urbanismo y, más aún, con su eficiencia y operatividad. Cada pequeña lluvia provoca inundaciones, tapa alcantarillas, revive los baches malamente reparados y destapa la corrupción que hay detrás de los millones de pesos que con bombo y platillo, pero con mucha publicidad, se anuncian constantemente como inversión para tareas inacabables cuan deficientes.
No hace muchos años las lluvias inundaron hasta el tope el área recreativa del parque El Rejón de la ciudad de Chihuahua. Juegos y asadores quedaron bajo el agua, pero la administración municipal que la construyó pensó que aquí nunca llovería. Pero llovió.
No soy urbanista, ni arquitecto o ingeniero, pero como ciudadano puedo estimar que alguna especie de fiscalización, por llamarlo de alguna manera, se puede realizar en torno a estos lamentables acontecimientos.
No hay que olvidar que en los tiempos de César Duarte uno de sus alfiles, Alex LeBaron, ciudadano de aquella región, diputado local primero y después delegado estatal de la CONAGUA, provocó el desbordamiento del Río Casas Grandes al ordenar una práctica criminalmente equívoca de desasolve, alterando el cauce natural del afluente que afectó, sobre todo, las áreas de las colonias San Diego, Colonia Madero y Buena Fe, y una parte de la zona que limita con Nuevo Casas Grandes. Luego de las denuncias ciudadanas, LeBaron sólo recibió, según se supo entonces, una mera sanción administrativa.

