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De todas partes del mundo nos llegan las experiencias del combate a las tiranías, las dictaduras. La historia registra éxitos notables e incruentos, también esfuerzos que terminaron con el derramamiento de sangre sin lograr sus propósitos. La historia de la desobediencia civil ha llenado páginas brillantes alrededor del mundo. Pero todas han tenido un denominador común: encarar un poder que se concibe así mismo como incontrastable y hacerlo con la enorme energía que despliega una sociedad cuando se decide a ponerse en marcha, en movimiento. En otras palabras, a decir ya basta e iniciar un momento de inflexión, de quiebre, de viraje hacia un estadio superior de libertades en un espacio público de respeto a los valores esenciales que se asocian a la democracia avanzada y sobre todo a la recuperación del Estado de Derecho.

Al reflexionar sobre esto no estoy pensando en el viejo dilema que nos planteó la gran mujer que fue Rosa Luxemburgo cuando se preguntó ¿Reforma o revolución?. Me hago cargo de los acuciantes problemas que ahora nos aquejan y que requieren de inmediato una alternativa nacional para salir de la crisis y, por el radio de mi modesta influencia, lo que podemos hacer en Chihuahua para enmendar los yerros de una tiranía que se instaló pensando que el futuro era sólo para ellos y con gran desprecio por todos los demás. Un poder que aquí se percibe arrogante, soberbio y despótico, que se vertebra a través de un Estado doble, en la visión de los juristas italianos que tuvieron el tino de describir el ejercicio de su poderío a través de instalarse como mafia para los negocios y revestirse al exterior con los ropajes que la Constitución le asigna a través de instituciones, como por ejemplo la división de poderes. Me explico: todos saben que hay un Congreso pero también se percatan de que es una oficialía de partes, obsecuente con un patrón que se empeña en nombrar hasta los más bajos puestos en todos los lugares posibles. El Estado doble es un Estado de simulación, de apariencias. Para existir necesita del trabajo constante de los persuasores cínicos a sueldo instalados en los medios de comunicación que orillan a la sociedad a percibir las cosas como no son.

En el Estado doble se prohija y cubre la corrupción política, se borran las fronteras entre los negocios privados de los funcionarios patrimonialistas y los negocios de Estado y de gobierno que corresponden a la sociedad en plenitud, pero que se desprecian y postergan. En la cúpula del Estado doble hay un capo, término italiano que significa jefe. Otros le llaman, sin tanta carga emotiva en la ciencia política, the boss; pero en el imaginario colectivo, y después de publicada la memorable novela de Mario Puzzo, llevada al cine por Francis Ford Coppola y estelarizada por Marlon Brando, todos lo reconocen como El padrino, Don Corleone, así sea sexenal. Esta siniestra fábula, como es fácil entender, describe lo que tenemos en Chihuahua con César Duarte.

Considerando estos retos, un numeroso grupo de mujeres y hombres nos hemos echado a cuestas la responsabilidad de construir la Unión Ciudadana para enfrentar la tiranía en Chihuahua, la crisis misma que padecemos y que ha exacerbado aquella. Se trata de un trabajo político, indiscutiblemente, pero no se agota ahí. Implica sobrio trabajo intelectual, altura de miras, sacrificio, aportes pequeños y grandes, pero sobre todo enviar el mensaje que no se preste a equivocación de que no hay movimientos ni de una ni de dos ni de tres bandas, para decirlo en términos del argot propio del billar. Quizá Unión Ciudadana será una organización llamada a jugar un rol en un momento de enorme crisis, espiritual -hay que reconocerlo también-; quiero decir, acotada en el tiempo, que herede resultados y marque una ruta hacia el porvenir, que deje huella y en la que cabrán el católico y el evangélico, el obrero y el empresario, el académico y el estudiante, las mujeres y los hombres, los campesinos y los productores de mayor escala, las feministas y las que no lo son, el médico y el paciente, el juez y el justiciable, todos bajo la ética de deliberar los problemas, decidir las acciones y cumplirlas con rigor y sin desvío. Se ve difícil, más no lo es. Por eso creo que los que alentamos el proyecto debemos llevar una mentalidad definida. Pienso, haciéndome eco del historiador Plutarco -el muy famoso por sus Vidas paralelas- que se trata de entender el ejercicio de un nuevo liderazgo, bajo la divisa de que “el cerebro no es un vaso a llenar; es una lámpara a encender”. Luego, de lo que hablo es de edificar un faro que le hable a la sociedad del puerto de llegada, de llegada para todos, en particular para reclamar y definir lo que ha de ser el Estado, el gobierno, los funcionarios, los políticos, los jueces, los magistrados. Y hasta los partidos, si se dejan.

La pertinencia y necesidad de que se constituya Unión Ciudadana, habla claramente del fracaso del entramado institucional que hoy tenemos, del ejercicio de la no violencia, que no significa ausencia de coraje, osadía y fortaleza. La tiranía y la corrupción política no surgen por generación espontánea, aparecen ahí donde los partidos políticos claudican, donde el Congreso y el poder Judicial dejan de jugar su papel de balanzas y contrapesos a la natural tendencia de un Ejecutivo unipersonal, que muy fácilmente se puede desbarrancar en el autoritarismo, más si su titular llega con la peregrina idea de que el poder es para poder y no para no poder.

La tiranía surge cuando los órganos constitucionales que se han ido adosando a la tradicional división del poder, no tan sólo claudican de su cometido, sino que juegan el rol de mozos de estribo de quien debieran tener enfrente y deslindado, porque su encargo formal justamente es lo que los define. Municipios al frente de los cuales hay alcaldes, cabildos y síndicos que pisotean la autonomía de la célula básica del Estado, convirtiéndose prácticamente en intendentes del Ejecutivo. Entre nosotros, Javier Garfio, Miguel Jurado y Enrique Serrano son ejemplos proverbiales. Pero no solo, también la tiranía surge en el empresario que plácidamente paga el diezmo para quejarse luego de que ahora se lo han incrementado a mucho más. Ese empresario que se queja de la corrupción pero que también es esquizoide al no darse cuenta que la corrupción es una carretera de dos vías: unos van, otros vienen, y ambos hacen un alto en el camino para el toma y daca.

Pienso que Unión Ciudadana está frente a estos grandes problemas y quiere resolverlos, mínimamente intentarlo. Para mí, Unión Ciudadana se propondría hacer política, no antipolítica. El corazón de la naciente agrupación es el reconocimiento de que a nuestro país y a nuestro estado -y esto sin duda alguna- le ha sobrado gobierno y le ha faltado sociedad. Pero también que a esa sociedad le ha faltado una ciudadanía activa y presente. La Unión pretende rescatar la figura de la ciudadanía, activa y con derechos, con todos los derechos. Si me apuran un poco, que no se reduzca a sus nichos de confort, porque si algo le está haciendo daño a este país, es la falta de cohesión de sus hombres y mujeres, falta que puede llevarnos a la dictadura, de continuar la violencia y el deterioro de los vínculos de solidaridad, y el reconocimiento de las muchas discrepancias y contradicciones que reportamos los mexicanos, pero que podemos resolver a través de mecanismos democráticos reales, no de caricatura. No me quiero poner dramático, pero soy de los que sostiene que el tiempo se nos está acabando o ya se nos acabó.

Unión Ciudadana no será un partido político, y ahí tendrá su fuerza capital. No buscará el poder. En la pertinaz difamación que acostumbra la tiranía, se dirá que esto no es cierto, que estamos pensando en tal o cual elección o en tal o cual candidato. Si eso quisiéramos, sabemos que los partidos, aún en la vileza en que hoy se debaten, serían los instrumentos, porque hoy por hoy no hay otro andamiaje que ese y las candidaturas ciudadanas están prácticamente en embrión y tardarán para cuajar; su noviciado será largo, pero de todas maneras no recibirán el aliento que pueda dar Unión Ciudadana.

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Lo que se desea, a mi entender, es crear una gran caldera social receptora de todas las inconformidades, que contenga en su interior la enorme fuerza que de común acuerdo y en consenso se pueda ir liberando para desmontar el autoritarismo y la corrupción que carcome a Chihuahua. De una parte, sin protagonismos estériles, sin regateos a los afluentes que vamos a tener y que pueden provenir de voces ciudadanas que aún se arropan en los partidos, dan importantes batallas ahí y a los que no se les puede coartar la pertenencia al nuevo ariete en gestación. Unión Ciudadana quiere demostrar que la lucha actual no es, de ninguna manera, el empeño de un solo hombre; no es, en ese sentido, la lucha de ningún David contra ningún Goliat. Y si tuviésemos que forzar el bíblico relato, que puso en medios mi amigo Víctor Orozco, sólo sería para decir que en Unión Ciudadana ese mítico David somos muchos, somos todos.