Columna

La fosa de Coyame

Coyame está hoy en boca de todos. Como sabemos, es un municipio extenso en el estado Chihuahua, desértico, prácticamente despoblado, y su gente asume que de ahí es el tradicional sotol.

Pero ahora su fama se debe, lamentablemente, a un paraje llamado El Mimbre, que sirvió de fosa común para sepultar clandestinamente, lo que sin duda es obra del crimen organizado, a un grupo de migrantes desaparecidos de manera forzada.

El hallazgo de la fosa y la exhumación ya plenamente identificada de 9 de 10 hombres, es una noticia que se recibió, más allá de su sentido trágico, con dolor y lágrimas, pero también los familiares de las víctimas lo hicieron con la silenciosa alegría que da la certidumbre de encontrar a quienes tanto buscaron, casi de manera heroica.

Se trata de un regreso no deseado, pero regreso al fin, aunque sea a una sepultura digna.

Este hecho, estremecedor de suyo, no es, a final de cuentas, sino la corroboración de un problema mayúsculo que ha puesto la vida y la dignidad de las personas por debajo de todo valor humano, de todo derecho.

Los delincuentes organizados, frecuentemente impunes, trafican y tratan con la vida humana como una mercancía, y no dudan en ultimar a sus víctimas, desaparecerlas e inhumarlas clandestinamente, en la perspectiva de que jamás se encontrarán. Ahora se encontraron y es un mensaje de aliento que tal cosa haya sucedido.

De todas maneras, hay que deplorar la indolencia con la que la sociedad observa estos hechos. Estamos, como diría un autor, con una niebla de guerra en los ojos, que no nos permite dimensionar lo que nos está sucediendo.