Son sorprendentes los alineamientos que ha cobrado la coyuntura electoral de Chihuahua. En un afán que hace caso omiso de una visión crítica de las fuerzas en presencia, los intereses creados todo lo quieren apostar a una polaridad PAN contra MORENA, cuando la realidad es y será mucho más compleja. 

Frente a los dislates de la justicia selectiva del corralismo, que perdió la oportunidad de dar el mejor combate a la lucha contra la corrupción, esos intereses que son la prolongación del duartismo ven en el escándalo de María Eugenia Campos Galván un simple acto de persecución, complementario de la victimización que emplea en su provecho la alcaldesa que pretende la candidatura del PAN envuelta en un falaz triunfalismo. No me extrañaría que le rindieran pleitesía y tomaran partido por ella. 

Tienen la libertad de hacerlo. Lo que no está bien es que se desentiendan de que la señora está en falta, que fue cómplice de la tiranía anterior, que se benefició de las dádivas de César Duarte cuando fue diputada local y pieza clave en las tareas de fiscalización y auditoría. Su colaboracionismo abarca otros campos, y sus consecuencias nefastas se dejan sentir muy claramente en el desastre en el que ha encontrado por mucho tiempo el estado, en el que están los magistrados impuestos mediante un golpe del PRI de Duarte y el PAN de la precandidata Maru Campos, que representaría el mejor ejemplo de lo que es la impunidad hacia el futuro. 

En las contradicciones que hay en Chihuahua aflora el cinismo que permite tolerar que una persona que debe comparecer ante los tribunales los evada simple y sencillamente para resolver una crisis interna en el partido en el gobierno. Ese es uno de los dramas que tendrá que encarar Chihuahua los próximos años, porque son cosas que no se olvidan.