La caída del auditor superior del estado, Jesús Esparza Flores, es algo así como contar El último mohicano a los niños que ya se la saben. El contexto es la guerra entre dos mundos pero en el que uno viene deshonrado por sus alianzas con la corrupción política y el otro con la expectativa, más o menos abollada, de transformarlo todo. Pero hay un intermezzo, la etapa corrupta duartista, en el que se inscribe el ascenso del parralense Esparza Flores, quien llegó como se fue: repentinamente y sin decoro alguno.

Esparza Flores pertenece a esa pléyade de coterráneos del excacique César Duarte Jáquez que no sólo antepusieron su oriundez sino sus ambiciones particulares afines y que contribuyeron al estado de desastre que hoy padece el estado de Chihuahua. Pero esa caída, figúrese usted, se la anda adjudicando el diputado panista Jorge Soto, mientras que el gobierno del estado hace lo propio desde el poder Ejecutivo y el Legislativo también. No hay duda que Soto atrajo el tema y la atención, pero el panismo mayoritario en el Congreso local, y obvio el Ejecutivo, optó por la línea política antes que la criminal, como pretendía el legislador.

Sin embargo, Soto se abona una lucha que en realidad viene de atrás, cuando los ciudadanos salieron a la calle para protestar contra el régimen corrupto de Duarte Jáquez y los cómplices visibles e invisibles, como Esparza Flores, quien salió a flote en el último instante tan sólo para decir adiós sin que, hasta donde se sabe públicamente, no haya cargos contra él. La lucha contra la corrupción del régimen anterior incluía, de facto, a personajes como el hoy exauditor y es esa lucha la que, sin duda, hizo visible la corrupción y abonó a su caída. Soto y el panismo en el poder le dieron el empujón necesario. Falta ver qué más.