Cuando se cegó la vida del poeta Enrique Servín, se truncó la promesa de una obra que estaba por venir y que su edad y madurez por sí mismas anunciaban. Han pasado muchos años y meses y el crimen del notable escritor chihuahuense continúa impune.

Que al homicida lo hubieran sentado en el banquillo de los acusados, procesado y sentenciado, no sería desde luego el mejor homenaje al poeta, porque nunca fue un ser humano de odios; al contrario, quienes lo conocimos supimos de su generosidad, de su buen humor, su hondura en vastos temas de la cultura, y esta, de manera inequívoca, es tal que repudia la violencia y los crímenes de odio.

Enrique Servín será recordado por sus obras, entre las cuales figuran Así de frágil será el pasado, Sin dolor de por medio, El agua y la sombra, Cuaderno de abalorios, Hablar con el huracán y, quizá la más divulgada, Anirúame. Por su obra intangible también se le recordará como un pedagogo de las buenas letras, la estética, por ser un gran viajero, un políglota y aun amante de la gastronomía. Para qué abundar en detalles, si su grandeza no está en duda.

Empero, eso no es obstáculo para dejar de deplorar la ausencia de justicia, un expediente que hasta ahora ni remotamente está cerrado, y lo más grave, parece que jamás se cerrará, porque falta voluntad para dimensionar la escrupulosa aplicación del derecho que con las piezas fundamentales ya apuntadas, contribuirían a consolidar su estatura histórica integral.

No se trata, en lo más mínimo, de una preocupación por la posteridad. Enrique Servín la tiene garantizada, porque con su cerebro y sus manos la talló, dejando un ejemplo para quienes se propongan hacer poesía en una tierra hostil a la cultura, por la despreocupación de las instituciones encargadas de elevarla.

Los amigos, amigas, colaboradores y colegas del poeta lo recuerdan de manera permanente y le han dado una enorme presencia en las redes sociales, colocándolo a la altura de ser un “guardián de la palabra”, que en efecto lo es. Casi de manera pertinaz se inundan esas redes sociales con pronunciamientos en esa dirección, y hay un común denominador que las distingue: se exalta el valor espiritual de su obra y se omite la exigencia de justicia en su favor. Y eso no está bien.

Al hacer este pronunciamiento no voy en demérito de la solidaridad implícita en enaltecer su figura, siempre serán bienvenidas expresiones de solidaridad. Pero cuando hay un reiterado silencio en la exigencia de justicia, pareciera que la tarea está incompleta; como que hay algo que no se quiere tocar, quizá por un criterio de derecho privado, cuando en un país como el nuestro rigen principios de orden público en favor de la vida y en contra del despreciable delito de privar de la vida a un semejante.

El homicidio de Enrique Servín sucedió durante el gobierno de Javier Corral Jurado. Como antecedente, tiene pertinencia recordar que la víctima era funcionario importante de la Secretaría de Cultura, especialmente en lo relacionado a los pueblos originarios, por los que él trabajó durante su vida. Cualquiera imaginaría que ese gobierno hubiera tomado mayores cartas en el asunto. Y no fue así.

Sin embargo, el tiempo que suele agotarse en estos casos de manera concluyente y preclusivo para coronar la impunidad, no ha transcurrido como para que esa justicia no llegue, si se presiona para que tal cosa suceda. En un país como México, constitucionalmente se supone que las fiscalías persiguen los delitos, “de oficio” dicen; pero si no hay reclamo, o hay desapego por el motivo que sea, no hay frutos concretos, que el caso que me ocupa requiere.

Desde el momento en que me enteré del homicidio de Enrique Servín, he clamado porque se le haga justicia. Un criminal anda libre y ese emblema de que en Chihuahua cualquiera puede cometer un delito tan grave y en una persona tan distinguida, nos permite concluir que aquí todo puede pasar, confiados de que no habrá consecuencia alguna, porque el derecho no vale, las autoridades no cumplen su función y quienes debieron reclamar no lo han hecho, por loable que sean sus contribuciones hacia la persona de la víctima.

Por ser Enrique Servín un poeta de su pueblo, su crimen y la impunidad en derredor acrecientan nuestro dolor, como personas y como ciudadanos.

En la corona de laurel del poeta Servín falta una hoja.