Columna

Frente a la reforma judicial, los “licenciados” se quedan sin Verbo

Enrique Florescano (1937-2023), el gran historiador mexicano, impulsó la publicación de una obra colectiva que se editó con el título de Mitos mexicanos. Diversos autores describieron desde los símbolos del Águila y la Serpiente hasta las figuras de la Malinche, el ciudadano, el charro cantor, los periodistas, los puetas, la madrecita santa, y otros más, entre ellos los abogados, a los que se va a referir este texto.

Le tocó a Mario Guillermo Huacuja describir a “el Licenciado”, y empieza por afirmar. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era una facultad exclusiva del Licenciado”. Es una frase ingeniosa que desplaza hacia ese profesionista prácticamente la acción transformadora del país.

Y en efecto, durante un buen tiempo decir “política” se entendía como decir “licenciado” o “abogado”. Hay una larga tradición de presidentes de la república y gobernadores que pasaron, algún tiempo, por una escuela o facultad de Derecho. Si aprendieron algo o no, es otro tema.

Pero Huacuja, cuando escribió su texto, estaba en un momento muy distante de la reforma judicial de López Obrador y Claudia Sheinbaum como para advertirnos la conducta que en términos generales han adoptado ahora dichos actores frente a la atrocidad destructora de los poderes judiciales, especialmente el federal.

Resulta que a los licenciados se les acabó el Verbo. Están ausentes de algo que debiera resultar esencial con su presencia en estos momentos. Hay excepciones, pero en realidad aquí, como dice el refrán, una golondrina no hace verano, o lo que es lo mismo, un litigante no hace expediente. Excepción notable es la de investigadores que han dicho, de muy diversas maneras, la catástrofe que nos amenaza y los vientos autocráticos que se abaten por el país.

En ese marco tiene razón, y mucha, Huacuja cuando dice que “el Licenciado se identificó con el hombre de traje perenne, la corbata fina, el portafolios como prolongación del brazo, una pulcritud a toda prueba, maneras impecables al hablar y al comer, fortaleza de espíritu, una presencia que irradia autoridad, un carácter imperturbable ante la adversidad, automóvil propio, chofer en ocasiones, un hablar de usted con todo el mundo y un desempeño infalible”.

Pero esa es la estampa de las apariencias, porque, como lo dice el autor con todas sus letras, “el Licenciado tendrá que pedir una licencia definitiva en la historia, y los licenciados deberán poner todos sus empeños para que la justicia y la legalidad imperen por fin en México”.

Sin embargo, lo que ha pasado es que no tan sólo no han pedido esa licencia, sino que han enmudecido, y son los grandes ausentes en estos momentos. La indiferencia y la escalera hacia el poder es lo suyo.

Otro sí digo: estoy dispuesto a recibir todo tipo de imprecaciones por este texto.

Protesto lo necesario.