Columna

Frente a la reforma electoral, se requieren alternativas

Hay dos piezas de la coyuntura política mexicana que llaman la atención: en primer lugar el proceso para una reforma electoral dictada por el poder presidencial y que se puede considerar estrictamente en esos límites, porque no se ve que haya interés en incluir a los partidos políticos y particularmente facilitar la presencia de la sociedad y la disidencia. En segundo lugar, el proceso actual de creación de nuevos partidos refleja que no hay gran interés en la sociedad por producir otras alternativas. En este último renglón el oficialismo cuenta en su favor con viejos prejuicios que rechazan el plurinominalismo, el mito del gasto electoral y el rechazo mismo a la idea de los partidos, que no pasan por su mejor momento.

Abordando el primer tema, existe la percepción de que la reforma electoral está diseñada para garantizarle a MORENA un ciclo largo de estancia en el poder. Es una reforma que, si me apuran un poco, ni el morenismo acepta, ni mucho menos el PRI, el PAN, el PT o el PV, aunque claro está, cada uno con sus propias razones.

La legislación actual ha garantizado las alternancias en el poder y desde luego es perfectible, pero no como un proyecto de poder como lo pretende Claudia Sheinbaum. Es un proceso de reforma que concluirá el año entrante y al cual hay que seguir de cerca en cualquier encuentro que se proponga para debatirlo, así venga del propio gobierno. No es correcto dejarles la mesa servida para que depreden, sobre todo la representación proporcional y la autonomía de los estados a tener sus propios órganos electorales.

Por lo que se refiere a la fundación de nuevos partidos, el proceso ha resultado aletargado y sin éxitos que se midan por el entusiasmo para la creación de alternativas. Por ejemplo, Construyendo Solidaridad y Paz (el antiguo PES de raigambre evangélica) no ha podido sobrepasar las 100 asambleas de las 200 que requiere. A su vez Somos México, que viene de la Marea Rosa, tampoco ha resultado un esfuerzo con esplendor y éxito. 

Y es que los requisitos para fundar nuevos partidos son altos. Se requieren 200 asambleas distritales que deben estar validadas hacia fines de febrero del año entrante, lo que implica afiliar a un cuarto de millón de ciudadanos. Hay otros proyectos que se deben tener a la vista, uno con aliento democrático y de oposición, como sería Cuarta República, que va rezagado pero que puede resultar estimulante en los procesos electorales que vienen.

Y preocupa, bastante, que un proyecto fascista como México Republicano, que suscribe las ideas de Trump, pueda llegar a convertirse en un partido que desbanque la democracia como tema central, si nos atenemos a que contaría con el apoyo de los actuales Estados Unidos.

Para esta columna está claro que partidos como el PRI y el PAN ya agotaron sus ciclos; no es necesario hacer un juicio de valor para fortalecer esta afirmación. Eso dejará un vacío que hay que cubrir en la vasta corriente electoral que han representado y que buscan asideros. Ahí es donde un partido de izquierda democrática y social puede jugar un papel importante. De alguna manera este propósito lo podría cubrir Cuarta República, pero quizá necesite del concurso de otras fuerzas similares que buscan hoy constituirse en partido.