La política exterior de México sigue en entredicho, porque ahí la ha puesto el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Como se sabe, en unas semanas más se celebrará la Cumbre de las Américas en la ciudad de Los Ángeles, California, y es una reunión que incluye prácticamente a todo el continente.

No es la primera en su género y, como se sabe, es la oportunidad para el acercamiento entre jefes de estado que pueden, aparte de todo, tener encuentros bilaterales de alguna significación por sus consecuencias.

Desde luego que no todos los países pesan lo mismo y sobresale la presencia de Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina, por señalar sólo algunos. Las diferencias y discrepancias suelen acompañar la etapa preparatoria que se aprovecha para negociar circunstancias específicas de algún estado y los vetos con los que se tiene que navegar.

Recuerden que en la etapa de Fox se le dijo al viejo zorro de Fidel Castro que comiera y se fuera, exhibiendo al presidente mexicano como un botudo del Bajío y no como representante de un país con una amplia experiencia en política exterior y en relaciones multilaterales.

En la circunstancia actual, la polémica la viene constituyendo la fama que tienen los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con los cuales hay indisposición, especialmente por parte del país imperial. Y es en medio de eso que encontramos precario el desempeño del presidente de la república, que aspiraría de manera infantil a convertirse en el fiel de la balanza en los diferendos, o sacar a relucir la peregrina idea de que es el “hermano mayor”.

Pero más allá de eso, el haber declarado que frente a cualquier veto él personalmente estaría ausente, dejando la representación, incómoda, en manos del canciller Marcelo Ebrard, significará, de consumarse, que le prende veladoras a todo mundo, queriendo quedar bien con dios y con el diablo.

No va, pero tampoco estará ausente del todo. Ahí estará Marcelo sacándole las castañas del fuego. Pero también mostrará su afecto por las tres dictaduras continentales: la cubana, la venezolana y la nicaragüense. A ellas pretende decirles que el presuntuoso hermano mayor no se rinde, que está con ellas, colocando los intereses nacionales por debajo de esos tres países.

Pasemos por alto los temas ya muy trillados de Cuba y Venezuela, y preguntémonos si vale la pena que los intereses de México se jueguen en solidaridad con el gobierno actual de Nicaragua, para el cual cualquier cuestionamiento y crítica es poco frente a lo que se padece en la tierra de Sandino.