
En el Primer Informe no hay rendición de cuentas
En el Primer Informe de gobierno de Claudia Sheinbaum, al igual que en los de sus antecesores, se cumplieron todas las reglas del ceremonial. En los tiempos del PRI había una prolija lectura en la que todo se combinaba, especialmente la danza de las cifras alegres. Era el día del presidente ante un Congreso controlado, abyecto y entreguista.
Ahora se estila hacer llegar al Congreso de la Unión, órgano mediante el cual se informa, un voluminoso paquete y sus anexos, con lo que se salva el encuentro del Ejecutivo con la representación nacional y federalista.
Hoy la liturgia nos presenta a Claudia Sheinbaum ante un público absolutamente obsequioso e intramuros del Palacio Nacional, lugar al que asisten el gabinete, los representantes de los otros poderes, los gobernadores, los que tienen el poder económico y hasta el junior Andy López Beltrán, por si hubiese que lanzar un mensaje al futuro.
Es temprano para hacer una valoración, pero podemos apuntar algunos aspectos. La presidenta se presenta como fiel seguidora de Andrés Manuel López Obrador, como albacea de su sucesión a la que le está diciendo que cumplió con el encargo.
De nueva cuenta, y de manera retórica, se decreta la desaparición del neoliberalismo, aunque el mismo goza de cabal salud, y depende de instrumentos como el odiado Tratado de Libre Comercio de la era salinista, convertido hoy en T-MEC, que entrará a una azarosa revisión en los próximos meses y que de ninguna manera, con un discurso que apela a la soberanía, se podrá abandonar por tratarse de dos economías importantes: una, la de Estados Unidos, y la otra, colocada entre las doce más importantes del mundo.
Sin duda en este informe la principal preocupación gira en torno a las relaciones con Estados Unidos, en primer lugar por las obvias razones económicas, y en segundo porque Trump es un jefe de estado impredecible, caprichoso y marrullero al que no se le puede vencer exclusivamente o llevar al camino de la negociación firme con la sola templanza que presume como dotes la presidenta mexicana.
Es justo reconocer la decencia de la presidenta a no arrogarse méritos cuantificados y que corresponden al sexenio anterior. Claro que lo hace como una contribución a seguir el culto a la personalidad de López Obrador. Pero al menos no se atribuye méritos que no le corresponderían.
Veo en este Primer Informe el real arranque de un régimen político, porque coincidió con la instalación de un Poder Judicial de la Federación producto de una elección minoritaria y fraudulenta. De hecho es el arranque.
De una cosa, finalmente, debemos estar claros: una cosa es informar como lo hizo la presidenta, y otra bien distinta es rendir cuentas. Esta se caracteriza por asumir las propias responsabilidades del ejercicio del poder, el empleo de los fondos públicos, el cumplimiento de las atribuciones con eficiencia y eficacia y apego a la ley, a la cual añado la despreciada transparencia que se ha denostado en los últimos años, y que legítimo en su caso, no le da derecho a pensar que tiene un cheque en blanco para manejar el país.
Los grandes problemas de este gobierno por ahora se ve que vienen del exterior. Simultáneamente en otra parte del planeta los jefes de China, Rusia e India emergen disputándole a un Occidente etéreo una hegemonía que no le corresponde ya a los Estados Unidos. Y ese es el telón de fondo de una realidad ineludible.
Por lo demás, vemos el ritual de antaño. Hoy, sobre todo en los medios oficiales, predominan el aplauso y la lisonja, que no la crítica en el mejor de sus sentidos.

