La reciente gira de Claudia Sheinbaum en Chihuahua tiene una semejanza notable con las jornadas realizadas por el PRI en sus tiempos dorados de relevo presidencial, sin adversario al frente. Recorrido ritual y arcos del triunfo a su paso. El mensaje es claro: ella ya es. Porque hubo un dedo que la señaló: el del presidente actual, que hace uso de su facultad metaconstitucional de designar, en este caso a su sucesora, porque eso sí, se trata de la mujer que ocupará el cimero cargo por primera vez en la historia de la nación, salvo factores graves supervinientes.

En el espacio público y abierto hay frases que encajan para toda ocasión, loas, acarreados, administración pública y funcionarios como soporte organizativo, destape sancionatorio de candidaturas senatoriales, rebatinga por las que faltan de cubrirse, y no podrían prescindirse reuniones con una parcialidad de los empresarios, los malqueridos de MORENA al viejo estilo del PRI: críticas retóricas y acuerdos tras bambalinas.

Además, tuvimos la muestra de lo evidente, desde la perspectiva de un lente de aumento: el partido es inexistente. MORENA es un movimiento en el que manda un líder carismático y los morenistas no tienen derecho a pensar por cuenta propia, ni elegir sus candidatos, ni a sus dirigentes. No se delibera, se obedece a oscuros resultados de encuestas decididas de antemano. Se trata del engaño como estrategia y táctica en este complejo proceso, en el que se desmantelan las instituciones sin sustituirlas con alternativas viables para el futuro e interés nacional. Se trata de la historia del aprendiz de brujo.

En la visita de Sheinbaum se empezó a advertir el malestar entre las bases morenistas; sienten que unos son los que persiguen a la liebre y otros los que la alcanzan. Dicen que el pueblo manda y el pueblo quita, pero por lo pronto y gracias al arte de un mago que maneja diestro la chistera política, Andrea Chávez ya puede decir que será senadora de la república, pase lo que pase en la elección de mediados de año, y que Juan Carlos Loera está en igual condición, pero en zona de riesgo.

El pueblo “quitapón” ya purificó a no pocos duartistas y a priistas que eufóricos aplauden a la candidata presidencial, y adosado a esto, una novedad: la campaña de Sheinbaum se convirtió en el refugio del traidor Javier Corral Jurado, que probablemente ponga su habitual retórica al servicio de la “ferocidad de los conversos” al que se refirió el existencialista Sartre, para abonar a la polarización que necesita la Cuatroté para ganar Chihuahua e imponer, de nueva cuenta, una detestable hegemonía que en Chihuahua sabe, históricamente, a sangre.

Cuando Sheinbaum reconoce a Corral Jurado, no sabe lo que hace. ¿Qué competencias o habilidades profesionales tiene? Cuarenta y un años de medrar en el PAN, al que le debe su fama, y un tiempo como el senador que elogió el Pacto por México de Peña Nieto, amén de defender a Genaro García Luna. Como gobernante, el juicio de la ciudadanía ya está en todas partes: quedó a deber, y mucho, por holgazán e infatuado, y haber integrado una administración estatal dictada por el amiguismo, en el que los pigmeos sólo podían ver de abajo hacia arriba.

Corral llega a MORENA por debilidad, por esa clásica condición que le abre ruta a la traición. Otra muy distinta sería su historia y su circunstancia si en la elección local, para sustituirlo en 2021, su delfín Gustavo Madero Muñoz hubiera ganado la nominación panista para la candidatura al gobierno de Chihuahua que hoy ostenta María Eugenia Campos Galván, su antigua compañera de partido. Su derrota y el reproche social le condujeron primero al limbo político, a una renuncia al PAN largamente calculada, y después al regazo de Claudia Sheinbaum. Hecho en el poder, no puede vivir fuera de él.

En la lucha anticorrupción de Chihuahua, que inició fuerte en 2014 contra el gobernador César Duarte, hay que ser precisos y estar atentos de los matices. Esa lucha arrancó de abajo, como una apuesta por el derecho y un reto para que funcionaran constitucionalmente las instituciones. Su base fue apelar a la ciudadanía rebelde. La clase política, incluido el entonces senador Javier Corral, dormían en sus laureles y cobraban sus dietas, la partidocracia podrida le sentaba bien.

El mérito de esa lucha es de Unión Ciudadana y de un modesto grupo de personas a las que después se unieron Javier Corral, Francisco Barrio, Víctor Quintana, Juan Carlos Loera, entre otros. Se desató una revuelta que aún no termina. A ese hecho que galvanizó la vida política de Chihuahua, y de ninguna manera al peso del PAN, le debe Corral su gubernatura quinquenal. Y hay que decirlo: traicionó utilitariamente la noble y difícil lucha. Le dio la espalda, desterró una denuncia penal contra el César Duarte que él mismo catalogó de “robusta y soportada en un arsenal de pruebas”. Además, protegió penalmente a Jaime Ramón Herrera Corral, cerebro y beneficiario de la corrupción duartista. En otras palabras, hizo de la lucha anticorrupción un club en el que sólo se admite la membresía de la clase política y nunca a los hombres y mujeres de a pie. Tenía todo para que esa denuncia penal prosperara y tuviera consecuencias, pero no lo hizo porque tenía que compartir méritos y su egolatría no se lo permite.

Lo más detestable: aprovechó la lucha anticorrupción como un mecanismo de acrecentamiento del poder propio, en la sucesión local del 2021 y sólo al interior de su antiguo y adorado PAN. Se empleó como un arma para ajustarle cuentas a la pretendiente Campos Galván y abrirle el espacio a la gubernatura a Gustavo Madero Muñoz. Todo eso tras bambalinas. La corrupción que le acusó a Campos Galván, Corral la sabía porque estaba enterado desde los tiempos de César Duarte, pero se reservó cartas en la manga y al final no hizo bien las cosas y su proyecto se frustró.

Lo que él llamaba “espíritu de Batopilas”, es decir, el gomezmorinismo, le había durado muy poco, tan sólo para ganarle la senaduría a su compadre Cruz Pérez Cuéllar, al que ahora tiene como compañero en MORENA.

Cuando Claudia Sheinbaum viene a Corral se aleja de Chihuahua. No sabe, y si lo sabe se hace la muerta, que el traidor siempre es risueño, pero lleva el cuchillo bajo la capa, en este caso, bajo una deslavada chamarra de mezclilla, como para contemporizar con la clase obrera de una izquierda de otros tiempos.

Vale, por si lo quieren tomar, el viejo consejo que se desprende de El caballo de Troya: “Nunca te creas de los regalos, aunque sean libros de un mercader”.