
El México de los contrastes
Según la encuestología falaz, o que sale del poder mismo, Claudia Sheinbaum tiene hoy un 73% de aprobación. En el último tramo ha perdido 2 puntos, y según la mañosa bendición de AMLO, que no tiene más sostén que su palabra, “es la mejor presidenta del mundo”.
Ese liderazgo que se le adjudica a la presidenta, de ninguna manera es simétrico, coherente o como se diga, con el resultado de la elección judicial federal, en la que no se rebasó ni el 14 por ciento de participación ciudadana; así, de manera general y sin contemplar el acarreo, los acordeones y los votos nulos.
Otra cifra que permite contextualizar la dimensión de la presidenta está en las elecciones de Durango y Veracruz en las que a MORENA no le fue nada bien, significativo el segundo por ser una fortaleza gobernada por la morenista Rocío Nahle, que tiene pendiente una escrupulosa rendición de cuentas por la refinería de Dos Bocas.
Si allá afuera, a sociedad abierta, el liderazgo de Sheinbaum no pintó, no obstante su tutorial para votar, ni MORENA mostró músculo en las dos elecciones locales más importantes, esto quiere decir que es artificial el darle una magnitud que cada vez parece más un préstamo de su mentor López Obrador, que “retirado” y todo, sigue ejerciendo el poder tras bambalinas y el magnetismo que aún le queda como líder carismático.
Ambas formas de hacer la valoración de la presidenta sin duda encontrarán una respuesta en las urnas a la mitad de su mandato, donde probablemente también querrán someter a consulta si se le revoca o no el cargo, de acuerdo a la invención de López Obrador, el presidente que desfiguró la Constitución y procedió a un desmantelamiento institucional sin una respuesta de transición hacia algo mejor, como lo ha demostrado la reciente elección, cargada de abstencionismo y acordeones.
Otras figuras también han entrado en crisis. En primer lugar la presidenta de MORENA, Luisa María Alcalde, que reina pero no gobierna, pues es evidente que la cuña de “Andy” López Beltrán la empequeñece y, lo más vergonzoso, ella lo acepta.
A resumidas cuentas, una conclusión es que ambos personajes del oficialismo tuvieron en las elecciones de Veracruz y Durango un duro revés con sendas derrotas. Andy sentó sus reales en la tierra de los alacranes, celebró alianzas indignas, sumando a priistas impresentables (lo cual ya es una tendencia dominante en MORENA) y ni así logró un triunfo en ese estado norteño. A Andy lo presumen como un “estratega de primer nivel”, el que quiere un partido de diez millones de afiliados, pero que ni siquiera fue capaz de mover un aparato en medio de tres elecciones importantes: la judicial, y la de los dos estados mencionados.
Andy no tiene más poder que su pretendida dinastía. Para decirlo coloquialmente: es hijo de papi, en plena era en la que MORENA dice que hay que acabar con el nepotismo que desmienten los cacicazgos de los Batres, las Alcalde Luján, los Monreal, los Yunes, los Loera, y muchos otros que se van perfilando entre los partidos aliados tales como los Anaya, los Aguilar, los Velasco, y muchos más en la geografía del país.
Es temprano para medir el liderazgo de la presidenta. Muchos lo harán a su tiempo. Pero, por la víspera, los días, y de ahí su proclividad a un tono autoritario, aún mayor que el de su jefe.

