Columna

Cuando la xenofobia toca a la puerta

La xenofobia asomó su rostro siniestro en la colonia Condesa de la Ciudad de México. Es de recordarse que en la escena internacional ese cáncer está condenado por la conciencia social de los que han sufrido de racismo por sentencias condenatorias que se han dictado en diversas partes del mundo y por la proscripción de que ha sido objeto en infinidad de instrumentos de organismos internacionales, destacadamente las que se originan en la ONU y sus organismos filiales.

México, con un pasado colonial y con el recuerdo permanente de una Conquista sanguinaria, impuesta con la espada y la cruz, y la detestable sociedad de castas que se estableció en el Virreinato, no puede menos que honrar su pasado de generosidad que se fue estableciendo paso a paso durante el México independiente y que resonó en el mundo entero por los lazos de amistad y solidaridad que brindó a perseguidos por razones raciales, políticas y culturales.

Ahora se ha puesto de moda hablar de gentrificación, concepto que ya estaba presente en las ciencias sociales y en los mejores enfoques del urbanismo que busca ciudades amigables en todos los sentidos para que sus pobladores se puedan sentir parte de sus comunidades.

Preocupa que hoy esa xenofobia muestre su rostro, en este momento con una cierta intensidad y que mañana puede crecer exponencialmente. Somos una nación pluricultural, pluriétnica, y receptor de muchos migrantes de otros países, en especial latinoamericanos. Ahí hay una herencia a la que no se puede renunciar.

Por otra parte, no podemos desentendernos de lo que sucede en una gran urbe como la Ciudad de México, donde recientemente se han dado los acontecimientos que los medios registran en la querida colonia Condesa, lugar de convergencia de clases medias e ilustradas.

Ahí hay un fenómeno ya de larga data que tiene que ver con el desarrollo inmobiliario que está trastocado desde los sismos, la pandemia y las migraciones naturales a las que se suman las nuevas formas de adquisición o renta de inmuebles, y la comercialización de alimentos, bebidas, fármacos y esparcimiento que han abatido, por no decir desterrado, viejas tradiciones que aún están en el recuerdo citadino. Sin duda se han desplazado los antiguos moradores que reclaman su pertenencia a sus zonas de origen.

Hay una ausencia de normatividad y regulación del trasiego mercantil de los bienes raíces y de la adquisición de servicios y productos en general. Las mismas cadenas de supermercados se dan el lujo de clasificar a sus clientes, de modo que hay consumidores de primera, segunda y tercera.

Por otra parte, no podemos desentendernos de que hay un malestar profundo. Por eso hay un sentimiento norteamericano, un reclamo por lo que pasa en la Franja de Gaza, y una reacción antinorteamericana por las recientes redadas de mexicanos en ciudades de Estados Unidos ordenadas por el presidente Donald Trump.

Es una mezcla de sentimientos nacionalistas y patrióticos que también encuentran su válvula de escape con acciones como las que hemos visto. Pero también hay que recordar que los lenguajes polarizantes como los que inauguró la Cuatroté con López Obrador, tienen sus cuotas de influencia en las expresiones de odio y de intolerancia que hoy padecemos.

Sé que el tema es muy complejo, que alcanza confines internacionales y experiencias históricas dolorosas, pero una cosa debe quedar clara: la xenofobia no conduce a ningún lugar que no sea la tragedia.