En el escenario del evento nacional de la COPARMEX se oyeron atronadoras, contundentes y precisas, las palabras del doctor colombiano Jorge Melguizo, en torno a diversos tópicos, pero sobre todo en el tema de la corrupción política. Los empresarios suelen tener este tipo de eventos, sin duda positivos por la circulación de las ideas, aunque tengo la impresión de que a muchos les entra por una oreja y les sale por la otra. Pero más allá de esta observación, Melguizo puntualizó cosas esenciales: el alto costo que tiene la corrupción como impuesto, que finalmente gravita sobre los que se encuentran en los diversos rangos de la pobreza económica o patrimonial. Por otra parte recordó que este fenómeno es una carretera de dos vías: hay uno que da y otro que recibe, y suele ser el primero un empresario o un banquero, y el segundo un hombre o mujer encumbrado en el poder político decisorio, sea para conceder una obra pública, para evitarla, para dictar una sentencia o un fallo arbitral, cualquiera de los actos de poder que caracterizan la complejidad de las instituciones del Estado.

Las palabras de Melguizo cayeron en tierra fértil. México tiene un ejercicio de poder que se sustenta en un pacto de corrupción e impunidad entre los miembros de la clase política, sean de izquierda o de derecha. Pero además están los emblemas o insignias a la vista: las casas malhabidas de Enrique Peña Nieto y su consorte, de Luis Videgaray y Osorio Chong, y el apoderamiento de un banco por el cacique local César Duarte Jáquez, asunto que le ha dado la vuelta al país entero. Así las cosas, la conferencia que reseño, si bien toca un tema sensible, no aportó nada que no hayamos padecido en un país como el nuestro de una corrupción ancestral, agudizada en los últimos tiempos. Conviene, entonces, reproducir algunos de los conceptos que se expresaron para la mejor comprensión de un problema que lacera a los chihuahuenses, empezando por el que subrayamos de inicio: la corrupción, les dijo Melguizo a los empresarios, “es el impuesto más grande que pagan los más pobres, pues el dinero que debería de estar al servicio de la gente termina en la bolsa de corruptos”, y agregó que “mientras en mi país hay muchos políticos en la cárcel, aquí en México no hay un solo expresidente o exministro en la cárcel”, con lo que les espetó a los oyentes filoso sarcasmo, si nos hacemos cargo de que aquí en esta materia somos el país de no pasa nada.

Interesante resultó el paralelismo hecho con motivo de la violencia que hubo en Colombia y la que se mantiene en México, porque mientras en el Estado sudamericano se impulsaron políticas públicas de alta calidad, aquí lo que se intenta son medidas improvisadas que nada tienen que ver con decisiones de Estado a las que no se les da seguimiento en el cercano, mediano y largo plazo, mucho menos una transparencia tangible con una gran y sólida inclusión social; aquí lo que hay es un divorcio entre sociedad y gobierno.

Ojalá y a los empresarios se les quede esto en la cabeza y lo traduzcan en hechos en el ámbito donde actúan, porque sin duda ellos también son parte de la corrupción, no nada más la política ni los hombres del poder.