Ayer festejamos en esta columna que José Luis Barraza no haya nacido en una tribu de caníbales que habita en Nueva Guínea Occidental ( http://jaimegarciachavez.mx/?p=4185 ), y algunos se molestaron –cosa que me tiene sin cuidado– por el tono y la forma de comunicar sus omisiones cuando de hablar de César Duarte se trata, y que a mi juicio se obliga cualquiera que esté en el proceso político actual. Señalo que no me causa cuidado alguno porque entiendo la crítica en un sentido que va mucho más allá de lo que aquí se acostumbra tener por ataque, por ataque personal. Bien han dicho algunos de nuestros más grandes pensadores que la circunstancia histórica de que nuestro país no haya pasado por la etapa de la Ilustración, provoca que se identifique la crítica con la denostación.

Debemos asumir que modestos esfuerzos, como los que se hacen desde esta columna, alientan el propósito de que las cosas se entiendan de mejor manera y no moverse en los linderos de que cualquier discrepancia va a provocar amores u odios, cuando de lo que se trata es de reivindicar el sentido de la razón, en el quehacer político, en este caso; o como lo dijo Spinoza, no llorar, no reír, sino entender. Así las cosas, continuaremos adelante y si recurrimos a la ironía, la mofa, la burla, todo esto como una simple metáfora de la realidad, es porque escogemos ese estilo con toda libertad y además porque hacerlo está altamente consagrado por su efectividad en la pluma de notables como Juvenal, Swift, Monsiváis, con los que desde luego no pretendo compararme en lo más mínimo.

Y ya enrutados en esto, y a propósito del recuerdo de la Ilustración, no está demás recordarle al señor José Luis Barraza que las sociedades han avanzado, se han mejorado, se han hecho democráticas y tolerantes, dejando atrás los fanatismos y los dogmas, precisamente porque hay quienes se atreven a pensar, y hacerlo por cuenta propia obliga cuando se busca un cargo de naturaleza pública, pues digámoslo claramente: la medida del producto Chacho Barraza la va a aportar sea el deslinde con Duarte Jáquez y su corrupta herencia, o su silencio cómplice, o la evasiva –finalmente reverencial– que al parecer él entiende como “respeto” a las enseñanzas que mamó en su casa.

Hace poco algunos prohombres de la iniciativa privada me han hecho llegar un texto de Moisés Naim, publicado por el periódico español El País, que trata sobre la necrofilia ideológica. El terminajo no lo comparto porque es eminentemente utilitario, es una etiqueta esta sí para denostar; pero si alguna validez tuviese, podría servir de calificativo eso que dice González Barraza: Para mí, César Duarte es el gobernador, porque ese reconocimiento me lo enseñaron en el entorno doméstico y no está dispuesto a cambiarlo. Creo que a estas alturas de la vida, hasta los caníbales pueden renunciar a sus apetitos ancestrales, y eso que por ahí no pasó ninguno de los grandes ilustrados.