
Carranza dormía siesta; a Echeverría ‘no le alcanzaba el día para hacer pendejadas’
Esta esa una historia entre caciques, unos pequeños y otros con rango presidencial. También es una historia en donde la picaresca mexicana aparece con todo su esplendor, como nos recuerdan los anales de nuestra historia política, en la región de San Luis Potosí, donde convivían dos de esos caciques, Saturnino Cedillo y Gonzalo N. Santos, indisolublemente ligados a la huasteca.
Cedillo se levantó contra el presidente Cárdenas, insuflado por las compañías petroleras y tratando de erigirse como defensor de la propiedad privada y contra el colectivismo cardenista.
El presidente actuó con pericia, cordura y conciliación y conjuró la revuelta. Para ello le ofreció al general Cedillo trasladarlo como comandante de la región militar de Michoacán, donde el propio Cárdenas ejercía un poder leal hacia el cacique.
Con el propósito de encontrar un arreglo, convocó a varios políticos de la región, entre ellos a Gonzalo N. Santos, que con posterioridad le envió a su paisano Cedillo una carta aparentemente fraternal, conminándolo a aceptar la propuesta presidencial.
En la misiva, el tramposo Santos le recuerda a Cedillo la historia de un militar hoy desconocido que en el pasado había sido disidente en una pugna por la Presidencia, y que a la postre resultó fusilado. Gonzalo, luego de hacer una analogía con ese caso, le escribió a Cedillo: “No vea usted en mis palabras amenaza alguna, de la cual soy incapaz…”.
Hoy la muerte de Cedillo se debate en dos versiones, una que fue asesinado mientras dormía y otra que murió en combate. Pero se asegura que lo encontraron al lado de su caballo con varios tiros de mauser.
Los caciques se llevaban pesado. A su tiempo, también Gonzalo N. Santos cayó en desgracia, y fueron los presidentes Echeverría y López Portillo los que lo defenestraron. Ya no se soportaban unos y otros. Por una parte Gonzalo N. Santos firmaba sus cartas al presidente Echeverría con el lema “El que es gavilán no chilla”.
Y una noche, nos cuenta su hijo, el actor Gastón Santos, los recibió Echeverría a las dos de la madrugada, para “enviarlos con cajas destempladas”, según el comentario del cacique al que le llegaba su hora. Y como Santos había tratado a muchos presidentes, le sorprendía la noctambulidad echeverrista de aquella cita. El cacique recordó que “hasta Carranza dormía siesta, pero a Echeverría no le alcanzaba el día para hacer pendejadas”.
Entonces, el que se lleva, se aguanta.

