Ayer, en pleno Halloween, el alcalde de Chihuahua, Marco Bonilla, pudo haber cantado “Échame a mi la culpa de lo que pase, cúbrete tú la espalda con mi dolor”, y habría resultado mucho mejor la explicación en torno a la puesta en escena de “La golondrina y el príncipe”.

Se vio grotesco el alcalde tratando de desreponsabilizar a la gobernadora Maru Campos de un gasto que no tiene prioridad y que es producto de los privilegios y tráfico de influencias de la empresa AEFE Producciones. Se vio como lo que es: un gerente designado por el maruquismo para hacerse cargo del municipio de Chihuahua.

Ni siquiera es de tomarse en cuenta la declaración de que fue el propio alcalde el que propuso la obra al gobierno del estado y cubrir por mitades los gastos. A decir verdad, “La golondrina y su príncipe” fue una decisión personal de la gobernadora, que le ha traído costos políticos que van a crecer a lo largo de su gobierno por la corrupción política implícita.

Ni siquiera la secretaria de cultura, Alejandra Enríquez, intervino en la súbita decisión que se tomó en palacio. En todo caso, a ella se le debe criticar por omisión, más no porque esté en el ajo administrativo en este caso. Esto habla de un gobierno que se mueve a impulsos, fuera de toda planificación y plagado de opacidad y mentiras.

Pero no es lo más grave del discurso de Bonilla, donde se arroga todas las culpas para lavarle la cara a su jefa, lo delicado es que se levante como un inquisidor que va a “estar vigilante” hasta de las relaciones de amistad para socavar la libertad de crítica y expresión.

Pero como diría también la canción, Maru, “lleno estoy de razones pa’ despreciarte, y sin embargo quiero que seas feliz”.