La exacerbada violencia que se ha registrado en el estado le ha tendido al gobierno local la trampa perfecta para que, al menos discursivamente, mantenga los criterios de antaño a la hora de afrontar los niveles de inseguridad que hoy por hoy, dadas las circunstancias, se asemejan a la etapa más oscura del calderonismo-duartismo.

La tentativa del momento actual se ofrece como una oportunidad que desaprovechan las instituciones encargadas de la seguridad interior. Por un lado, el aparecer copiosamente en la prensa con policías y militares “blindando” la región de Cuauhtémoc, revela que el divorcio entre los medios y el gobierno estatal puede acabar y darse un segundo aire. No en vano, hasta la publicación de ganadores de becas, que bien se pueden corroborar desde un teléfono celular, fueron de intercambio comercial entre los rotativos más conocidos de la entidad y los gobiernos panistas este fin de semana.

Por otro lado, la misma visión reduccionista del pasado reciente cobra vida entre tanto muerto, porque lo mismo se decía en la etapa más dura de la violencia suscitada entre lo que terminaba Felipe Calderón en el país e iniciaba César Duarte en Chihuahua: “los muertos pertenecen a los bandos criminales, se matan entre sí; déjenlos que se maten entre ellos”.

Ir en caravana frente a las cámaras no demuestra el papel de inteligencia que han de desarrollar las corporaciones encargadas de procurar la seguridad en la entidad. La sierra tiene visitantes asiduos, pero es obvio que en cuanto los encargados del “orden” se retiren (algunos dirían, hasta que pacten), los grupos del crimen organizado tomarán de nuevo sus espacios. Y todo volverá a su estado “natural”.

La violencia parece estarle ganando terreno al corralismo, pero crearse una atmósfera de combate artificial con apoyo de los medios que tanto se criticaba desde adentro, no parece, tampoco, ser la mejor receta –si lo fuera– para enfrentar ese mal. Algo se tiene que hacer. Pero lo que es cierto que no debe ocurrir es repetir la fórmula duartista de inventarse una realidad con la ilusión que otorga una fotografía o una imagen de video. La sociedad ya lo ha superado. Esperemos que las instituciones renovadoras también.