La diferencia entre Carlos Slim y Alonso Ancira, el corrupto dueño de Altos Hornos de México, es únicamente de uno dos matices: que el segundo es burdo para hacer negocios al amparo del Estado, y el primero sutil e inteligente. Así es el delito del fraude, de inteligencia, saber moverse en el filo de una navaja sin cortarse, aunque cuando sucede esto también encuentran solución.

Ayer Alonso Ancira obtuvo su libertad tras permanecer preso catorce meses, previo a disfrutar algo tiempo del buen clima del Mediterráneo español. Pactó con el gobierno de la Cuatroté pagar en abonos 216 millones de dólares para reparar el daño por la sobreventa a Pemex de Agronitrogenados, empresa instalada en Veracruz. 

Para imaginar el volumen de la corrupción, bastaría ver lo que ahora Ancira se obliga a pagar y la fortuna con la que se quedará y que desde luego no se conoce ni por asomo, e insisto, en pagos parciales. 

Cuando lo detuvieron en España.

No puede haber lucha eficaz contra la corrupción política mientras haya un déficit en leyes que la hagan realmente punible, porque Ancira tendrá un retiro de vida y leyes en materia de herencias y legados que abonarán a la riqueza de varias generaciones que le sucederán en la vida. Para algunos algo es algo, pero la realidad es que tras la liberación se queda la impunidad, los negocios que permiten acumular ganancias que alcanzan sumas astronómicas.

Cuando salió del penal, despreocupado, rozagante y fumando un grueso habano, lo hizo para burlarse de la justicia, y nada más. Me recordó una vieja anécdota que se cuenta de Sigmund Freud que también acostumbraba fumar puros. Dicen que les expresaba a sus alumnos: “Este es un puro, parece un pene, pero no olviden que es un puro”. Ese mensaje también lo estaría dejando Ancira para la posteridad.