Por ahora es mera especulación, pero existen ya varias versiones periodísticas que lanzan los reflectores sobre el infame Jaime Herrera Corral, exsecretario de Hacienda del sexenio duartista, como el soplón de Palacio. Según los trascendidos, es Herrera (se le llama ya “JH” o “T701”, por Testigo protegido) al que bien podría apodársele como el “Garganta Profunda”, al parecer uno de tantos, como aquel famoso informante de los periodistas del Washington Post que revelaron el famoso escándalo llamado Watergate.

Todo parece indicar que no es una sino varias gargantas profundas las que dotaron al corralismo de la información necesaria que derivaron en la conformación de los denominados “expedientes equis”. El caso del corrupto de Jaime Herrera es sintomático: es, al parecer, al único que se le ha visto muy desahogado comiendo en algún restaurante mientras a sus excolegas duartistas los persigue, detiene y pone a disposición de un juez una Fiscalía General del Estado que sin empacho confirma, sin decir nombres obviamente, la existencia de dichos informantes protegidos.

El de Jaime Herrera es el destino de los traidores: la ciudadanía lo repudia por participar en complicidad con el gran desfalco al estado, y lo han de estar detestando los priístas a los que puso en capilla y que, por ahora, siguen desfilando ante el Poder Judicial para enfrentar cargos diversos, como peculado.

Falta ver cuándo las instituciones a las que Jaime Herrera traicionó desde su ingeniería financiera corrupta, paga las que debe. Porque él fue quien estuvo detrás del diseño de la creación del Banco Progreso y de su inyección multimillonaria de recursos públicos para aparentar la solvencia a la unión de crédito Unión Progreso y a las gestiones como socio y funcionario al mismo tiempo que, contrario a toda lógica, la Comisión Nacional Bancaria y de Valores terminó autorizando hace ya tres años.

Si Carlos Hermosillo ya no está y César Duarte está prófugo, ¿a qué hora es la hora de Jaime Herrera ante la justicia?