El batracio no se puede quejar de que haya cieno sobre su cuerpo o encima de la ropa que lo cubre. El gobierno ausente que hoy tiene Chihuahua no se explicaría, de ninguna manera, si no hubiera sido por la lucha anticorrupción que precedió a los últimos años del tirano César Duarte, lucha que por otra parte no se originó en las instituciones obligadas a realizar auditorías, fiscalizaciones y fincamiento de responsabilidades. Es una lucha que vino de fuera con el impulso y el vigor que granjea la independencia ciudadana.
En aquel entonces se inició una batalla que se fundamentó en la denuncia contra el aprovechar la posición de los políticos en los cargos públicos para robar a placer, empleando la hacienda pública como el propio cortijo con el que se puede hacer y disponer lo que se quiera, por ser propiedad privada.
Esa corrupción todo mundo la entiende porque tenemos siglos de padecerla, quizá fue prehispánica o nos la heredó la casa reinante de Austria con su dinastía de los habsburgos, sus virreyes y sus altos prelados de una iglesia revanchista contra la Reforma. Pero hay otra, de diverso origen pero de contornos inocultablemente desviados y tiene que ver con el reclutamiento de los altos funcionarios públicos en las capas empresariales altas para colocarlos en significativos e influyentes puestos desde los cuales se autoavorecen con información privilegiada, con el propio patrocinio de sus empresas o para apalancar sus propios negocios privados. En el pasado reciente esta mala fábula nos habla de personajes del tipo del ahora senador Gustavo Madero Muñoz o de Alejandra De la Vega que a sus poderosas empresas suma ocupar un cargo estratégico donde se perfilan no pocos de los proyectos económicos que llegan a Chihuahua y pasan por su escritorio.
El conflicto de interés siempre palpita ahí donde se dan estos nombramientos que al seno de la sociedad siempre se tildan de antidemocráticos, incluso hasta en aquellos casos cuando hay un comportamiento decente.
Javier Corral traicionó el espíritu ciudadano que recorrió las calles de Chihuahua, sobre todo durante los últimos tres años del gobierno del prófugo Duarte Jáquez. Demagógicamente se apalancó ahí, medró de una lucha que luego pasó a traicionar de manera más que evidente. Su gobierno, de inicio, lejos de cimentarse en la reserva profesional que tiene la sociedad chihuahuense para construir gobiernos, el que él emprendió cobró de inmediato el sello nítidamente partidocrático. Hubo golondrinas que no podían hacer verano. El reclutamiento se hizo bajo el despreciable sistema del spoils system, inaugurado en muchos sistemas capitalistas, dominante en Estados Unidos durante mucho tiempo y que describe una práctica inocultable mediante la cual los partidos políticos distribuyen entre sus propios militantes, amigos, padrinos y compadres, la titularidad de las instituciones del estado y el gobierno o las posiciones de poder que en ocasiones son impulsadas a través de agencias informales, donde podemos encontrar a los despachos de abogados privilegiados, a los sobrinos, y hasta las hermanas que se ostentan con el poder completo, así sea en una región.
Por eso a ese sistema se le llama “de los despojos”, como el que practica la soldadesca una vez que ha ganado una batalla. Algo aborrecible en la vida pública. En esa línea, y por sólo poner unos pocos ejemplos, llegó Gustavo Madero a la coordinación de un gabinete, frustrando esa inútil figura con la que se inauguró el corralismo; hizo al fechaquiano Pablo Cuarón secretario de Educación, no obstante sus preferencias por la educación privada; nombró extraído de los sótanos de la antigua PGR a César Augusto Peniche Espejel a propuesta de Alejandra De la Vega, a la que enfeudó en una secretaría de asuntos económicos y de innovaciones que no hemos visto, probablemente porque las mismas choquen con sus intereses.
En la misma línea llegaron Carlos Angulo Parra, que pronto desertó a algo así que se llamó “gobierno abierto”; y como secretario general de gobierno a César Jauregui Robles que, es una obviedad que se pretende ocultar, litigaba por sus propios intereses en contra del mismísimo gobierno. ¿Y qué decir de la asesoría del llamado “Chacho” Barraza?
El engaño se pretendió cubrir de muy diversas maneras, pero hay una que les gusta mucho a los panistas que reseño por sus nombres en este texto: promulgar un código de ética, adosarlo en todas las oficinas públicas para presumir lo que no se es y atrapar incautos, especialmente a aquellos panistas que padecen esa enfermedad que se llama “fe del carbonero”.
Pareciera que en la realidad el lema de este gobierno ha sido que la política es tan importante que no se puede dejar en manos de los ciudadanos. Y si es corrupto el de arriba, también lo es el de abajo. Y en esto hay que reseñar que los agentes de Tránsito son mordelones y los funcionarios siguen recibiendo puntualmente sus diezmos, ahora muy entendible por el catolicismo tradicional de estos panistas hipócritas.
Pero cuando un barco se construye bajo estas bases, aunque pretendan calafatearlo muy bien, termina por hacer agua. Es el caso que observamos ahora del conflicto de interés que afecta la presencia de Alejandra De la Vega en el gobierno y la empresa gasolinera a la que está ligada, que dicho sea de paso extiende sus vínculos al conservadurismo republicano de Norteamérica.
En un país como México todos nos podemos dedicar a la industria o comercio que más nos acomode siendo lícitos y más –lean al gran Thomas Piketty– si se tienen a disposición los bienes de una jugosa herencia amasada al amparo de la proliferación del vicio. Pero la codicia rompe el saco y las gasolineras ARCO en Ciudad Juárez se han convertido en la piedra de toque para ubicar a gobernantes agachones y lambiscones con los capitalistas o adinerados, que no es lo mismo pero se parece. Y así vemos que hay una disputa comercial de la poderosa secretaria de Economía en la que se apalanca desde las instituciones y tiene como aliados lo mismo a Cabada que a Corral.
Es la vieja historia de querer tener en las manos la bolsa y la corona, que un estado de derecho y una genuina democracia representativa no admite, pero que al gobierno actual poco o nada le importa. Por eso cuando se habla del golf no es que esté en cuestión la práctica de un deporte, sino el talante que se muestra por estar donde duermen las huilotas que marcan los derroteros de una economía de privilegiados que se cuentan con los dedos de una mano. O en Encinillas, en las vendimias que embriagan munificentemente las arcas del señor Vallina.
Hasta pareciera que Corral se junta con los ricos y en ocasiones con los intelectuales amigos para parecer ambas cosas. Qué lamentable por ser, en el fondo, una traición a principios que sólo se sienten o asumen de los dientes para afuera. Corral, con un tuit de perfeccionada retórica, ha salido en defensa de una multimillonaria a la que abogados le sobran, pero qué mejor que sea su gobernador, para no dejar duda.
Luego se queja de que lo quieran enlodar, sin comprender que los batracios no se pueden quejar, de ninguna manera, de que el cieno les mancha su piel, que no sólo sus ropas, es cosa de la casa, o del hábitat para decirlo quizás con mayor elegancia.