No sé si hasta el cansancio se ha repetido que la democracia requiere autocontención de sus actores. También se ha dicho que es generosa con los moderados, ajena a la estridencia y a eso que llaman “batuques”, es decir la expresión con                                                        que el diccionario designa el barullo, la gresca, la confusión. Eso es lo que vimos a la hora de procesar el nombramiento senatorial de la señora Rosario Piedra Ibarra, circunstancia lamentable si le asignamos un papel de primera línea a los derechos humanos y a las instituciones que los preconizan para que se respeten, así sea con simples recomendaciones de validez moral.

El tema ofrece muchas aristas. Mal hizo la señora Ibarra en no tomar distancia de una decisión pésimamente operada, con inequívocos signos de fraude y, sobre todo, sin la debida autocontención que implica asumir un cargo sin tener la lejanía que los juristas recomiendan para tomar decisiones en asuntos esenciales, con la independencia acreditada y sin las manchas que da la militancia política y la obediencia a un designio presidencial. Pareciera que en este sexenio de la Cuatroté el desmantelamiento de una autonomía fundamental es el propósito, cuando su perfeccionamiento y elevación sería lo recomendable.

Ricardo Monreal puso su parte, oscura, como ya es recurrente. En primer lugar, el hábito manifiesto de quedar bien con el presidente, como en los viejos tiempos del PRI. En segundo, ser artífice de un burdo truco que recuerda la alquimia política, y, en tercero, pretender violentar la ley para celebrar una nueva elección, a sabiendas de la teatralidad que hace previsible inmediatamente el obtener una votación adversa a la pretensión de revocar lo que ya estaba consumado, con entera deficiencia en las artes de hacer política en un parlamento. A partir de ahí se pronunció el consumatum est: la señora Piedra Ibarra fue investida como presidenta de la CNDH, en medio de un barullo descomunal, pero grotescamente como se advierte en el video de esa sesión que circula por todas partes, cuando un senador tiene que levantarle la mano para que tome protesta. 

Pero las cosas no quedaron ahí. Un ramillete de furibundas y furibundos senadores sirvieron de porros, y cuando la protesta se realizó, como si estuvieran en una algarada de plazuela, se alzaron con el grito de “¡sí se pudo, sí se pudo!”. Lamentable para la república, que espera que en el Congreso, presumiendo que habrá mayorías vencedoras y minorías derrotadas, no escucha debates de fondo, argumentos sólidos, y mucho menos autocontención. Por el contrario, lo que se vive no es la fuerza de la razón, sino la razón de la fuerza. Por eso ya se presentan renuncias en el Consejo de la CNDH.

Luego conviene hablar del otro grotesco papel que jugó el senador por Chihuahua, Gustavo Madero Muñoz. El aristócrata malhablado lució como plebeyo, como descamisado, tratando de impedir, en una escena de pésimo futbol americano –rudeza innecesaria incluida– la toma de protesta de Rosario Piedra. Fuera del folclor que todo esto implica, conviene hacer un poco de historia de este político, que se asume como precandidato a la gubernatura de Chihuahua en 2021. Ahora reclama lo que antes hizo: durante la etapa en la que estuvo en el poder hegemónico panista para tomar decisiones iguales a la que vengo comentando, concretamente cuando se reeligió a José Luis Soberanes en la CNDH y a después a Raúl Plascencia Villanueva, Madero actuó de la misma forma que hoy objeta. Por esto carece de toda autoridad moral y exhibe que rasgarse las vestiduras, que nunca está bien, resulta una especie de ópera bufa. 

Algo le pasa a los panistas de Chihuahua que ahora acostumbran victimizarse en la capital del país, tratando de despertar la piedad de su feligresía local rumbo al 2021. Hay la desmesura, propalada por el PAN de Rocío Reza, de que incluso el senador estuvo a punto de “perder la vida”. Madero ni siquiera respeta a su pariente lejano que realmente se vio en una circunstancia que lo privó de la vida misma. Lo suyo es drama artificial, como esos que escenifica cuando arranca sus discursos con frases que seguramente no pronuncia en misa.

Hay una erosión orquestada de las instituciones, de unos y otros. Nuestro Congreso de la Unión tiene ya varias décadas que se mueve en medio del escándalo, de los pleitos baratos. No nos asusta que esto suceda ocasionalmente, al final todos cometemos exabruptos, pero en nuestros congresos han sustituido con esto lo que debieran ser debates serios, de fondo, constructores de ciudadanía y de aliento cívico. Lo mismo que vemos ahora lo venimos viendo desde hace tres décadas, sin que nuestros políticos se den cuenta que no pocos ven como un obstáculo el funcionamiento de los parlamentos y se decidan a optar por formas tiránicas en las que el Congreso mismo se convierta en un almacén de solemnidades obsequiosas y decorativas. Así no se construye un nuevo régimen.

Si eso es altamente preocupante en temas menores, tratándose de la CNDH el mensaje es mucho más delicado. Pareciera que no hay compromiso con el rol que juegan los derechos humanos en el mundo contemporáneo y en México, que da el paso hacia la desprofesionalización del cargo, que facilita la titularidad a la propia militancia en favor del poder establecido. Hoy la CNDH queda como un apéndice del poder presidencial, de un partido que da muestras de no consolidarse, por tanto su futuro es incierto, y tal cosa es letal para la construcción democrática y el Estado de derecho. Quien más sufrirá esto es el pueblo raso.

Cabe un par de preguntas finales: ¿A qué demeritar la trayectoria de la histórica doña Rosario Ibarra de Piedra, aceptando su hija un cargo que surge de facciosidades y manchado de fraude?, ¿cómo se podrá regresar de la custodia presidencial la Medalla Belisario Domínguez sin humillar la memoria del legendario senador chiapaneco, asesinado por Victoriano Huerta?