No cabe duda que a Javier Garfio la política todavía no le da el pulimiento que una representación popular como la suya le exige. Y si las palabras, como se dice, lo contienen a uno, ya puede usted ir sacando sus propias conclusiones, aunque éstas pudieron haber estado presentes en el imaginario colectivo desde aquella horrorosa expresión que utilizó el alcalde de Chihuahua –no vale la pena repetir– para esquivar el compromiso del ayuntamiento hacia las víctimas directas e indirectas de la tragedia del Aeroshow. Pero qué se puede esperar del discípulo del cacique mayor, que suspira entrañablemente con los tiempos en que la horca era el mejor veredicto para sentenciar a los que él, a su vez, juzga criminales.
Las más pueriles de sus palabras salieron hace dos días desde su ronco pecho al sancionar, como un padre amoroso, al par de angelitos que trabajan en Seguridad Pública y que para coartar la libertad del fotógrafo de prensa Horacio Chávez Ardissoni, recurrieron al maltrato, la detención y la obstrucción, esposándolo cuando intentaba desarrollar su labor. Pero Garfio Pacheco (en los apellidos parece llevar sus pecados) prácticamente exculpó a los policías municipales Andrés Olave Carrillo y Ángel Tabura Medina al afirmar que “afortunadamente al fotógrafo se le detuvo y esposó, pero no se le llevó a la Comandancia…”. ¡Qué despropósito! Pero además, Garfio debe explicar lo temerario de ésas sus palabras: si está diciendo que es una fortuna no ser remitido a la Comandancia, entonces, ¿qué clase de infortunio padecen quienes son remitidos a la Comandancia? Ysi la Comisión Estatal de Derechos Humanos ha equiparado en un rango constitucional las actividades policíacas y reporteriles, ¿con quién habría qué equiparar a Garfio Pacheco? Con un gobernante democrático no.