No está de más una recomendación a los aspirantes a presidir la Comisión Estatal de los Derechos Humanos: véanse en el espejo de lo que sucede en el Consejo de la Judicatura, institución bajo el cacicazgo de Luz Estela Castro, la vicaria de Javier Corral, ante la que el mismo presidente del Tribunal Superior, Pablo González, se rinde.

Tal situación de crisis, que amerita una solución de fondo para que se vayan los que están y llegue un poder ciudadano, la permitió un congreso obsequioso y lacayo de mayoría panista, que entre otras componendas, le dispensó requisitos a la antigua insurrecta. 

Razonablemente hoy no se puede esperar que el mejor o la mejor llegue al cargo, sin  razones de partido –grotescas, porque ni de Estado lo son– para ocupar el puesto como una dependencia del Ejecutivo de la entidad. 

Ni autonomía ni profesionalismo, ni independencia soportaría el Ejecutivo en estas circunstancias, y quizá por eso los aspirantes se dedican a realizar sus campañas hacia afuera, como si fuéramos los ciudadanos quienes realizaríamos la designación. Serán los diputados, y más allá de argumentos, reinarán los intereses mezquinos.

El espejo de la Judicatura luchacastrista así lo refleja.